Una Epopeya misionera
Padre Juan Terradas Soler C. P. C. R
Los Papas de la colonización (1525 – 1825) (5)
“Las excelsas obras del divino poder que se realizan en los seres corpóreos por virtud no humana, sino celestial, suelen manifestarse las más de las veces mientras son producidas. Las que, por el contrario—bajo la dirección y tutela de la divina sabiduría—, tienden a un fin espiritual, a saber: la salvación de las almas, permanecen a menudo tan ocultas, o, si se muestran en algo, es esto tan poco en sus comienzos, que ni siquiera las personas más perspicaces las pueden percibir con suficiente claridad, hasta que son impelidas a ello por los clarísimos efectos de aquéllas. Esta verdad, comprobada ya otras muchas veces, se echa de ver en estos tiempos en la conversión a la verdad evangélica del Nuevo Mundo, y de las Indias e islas, especialmente de las Filipinas. Nos llenan de admiración los felices resultados de las hazañas realizadas, cuando examinamos diligentemente aquellas cosas que la divina Sabiduría de una manera silenciosa ha ido produciendo a partir del descubrimiento de esas regiones. Hacía tiempo, es verdad, lo habíamos comprendido por las cartas y noticias recibidas de muchos de esas tierras; mas ahora—cuando la Divina Bondad ha elevado Nuestra humilde persona a la cumbre de la dignidad apostólica—nos hemos dado cuenta más claramente. Pues la Legación que, en vuestro nombre, nuestro amado hijo Alfonso Sánchez, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús, tan laudablemente ha desempeñado, primero cerca del Papa Sixto V, de santa memoria, más tarde cerca de los restantes Romanos Pontífices que le sucedieron predecesores Nuestros, y últimamente cerca de Nos mismo, y las frecuentes conversaciones privadas con él tenidas, Nos han grandemente esclarecido.
Reconocemos los secretos designios de Dios, inasequibles a la mente humana, y la inexplicable Providencia divina para con los indios, y sobre todo para con vuestras regiones. Gracias a esta divina Providencia, que con tanta claridad se manifiesta, tantas regiones y tan extensos reinos, tantos reyes y príncipes han abrazado en estos tiempos la religión cristiana. En efecto, sin una manifiesta ayuda del divino Poder, nunca con medios tan exiguos e improporcionados se hubiera conseguido la conversión de un número tan extraordinario de países del Nuevo Mundo, ni se hubiera progresado tanto en todo lo que se relaciona con la extensión y la conservación de la religión cristiana. El número de los países convertidos es, sin duda, inmenso; se ha logrado, en estos últimos tiempos, la conversión de toda aquella multitud de islas desparramadas por el Océano Pacífico; de ciertos países escondidos en lejanas regiones de África y Asia; de los países situados en tierras de Nueva España, América, Brasil, Perú y todas las inmensas tierras adyacentes.