La Madre María Félix y la educación (2)
Esta visión penetrante, que veía más allá del mero quehacer diario, no descuidaba, sin embargo, los aspectos concretos de cada uno de los colegios. En sus cartas atiende a todo: la calidad del material escolar, las instalaciones de los colegios, el profesorado, los logros académicos de las niñas, etc. A sus religiosas les pedía:
«Planeen como verdaderas madres espirituales de sus alumnas: esto es, busquen el bien de ellas no sólo moral, sino también el intelectual, el social y el físico. Busquen ese bien por caminos ordenados al fin y compatibles con los medios normales de que disponen; al elegir, pidan a Dios que, además de rectitud, les dé gran cantidad de sentido común y, después de elegido el plan, llévenlo a cabo en todo lo que sea posible en cuanto de Vds. dependa. No tengan afán de cosas extraordinarias -extraordinaria sólo ha de ser la formación moral y la instrucción que de nosotras reciban-, que las niñas y las jóvenes no necesitan tanto como nos imaginamos para encontrarse a gusto como en casa propia; para aprovechar en todos sentidos, tan sólo necesitan sentirse muy amadas y bien dirigidas. Basta con que vean en nosotras amor, sacrificio, honradez y autoridad. Ámenlas y sacrifíquense por ellas, y ellas amarán al Colegio y se sacrificarán por el bien de ellas (mismas); esfuércense en dar esa nota de honradez y lealtad en el cumplimiento de las obligaciones de su misión de educación y enseñanza: que no vean jamás que una profesora esquiva el trabajo de vigilancia, de corrección, de solicitud, ni (que) mata el tiempo en las clases; y usen de autoridad, plena, maternal, que es suave y también inflexible en el bien de ellas; una autoridad que trata a las jóvenes como una madre cristiana trata a sus hijas».
(Madrid, 11 de diciembre de 1950)
Este modo de proceder, atento al bien de las niñas aun a costa de sacrificios, a veces encontraba acogida y gratitud y otras rechazo e incomprensión. Por eso, la Madre animaba a todas a seguir adelante, sin fijarse demasiado en recibir recompensas. A las religiosas de Caracas, que acababan de ser agasajadas por los padres de sus alumnas, les escribía en febrero de 1971:
«Ofrezcan al Señor y a la Santísima Virgen las Medallas de Mérito, los Diplomas y todos los honores; en otras ocasiones ofrecerán a Ellos todo lo contrario: ingratitud, incomprensión y persecución, y siempre podrán ofrecerles el trabajo y amor por las almas, que llevan a cabo desinteresadamente. Es el misterio de la sucesión de días y noches, de luz y de oscuridad en el camino a recorrer hasta alcanzar la meta de la promoción y felicidad de las niñas que el Señor nos encomienda».