San José

Padre Manuel Martínez Cano, mCR.

San José es el santo de la oscuridad. Poco nos dice la Sagrada Escritura de él. El evangelista San Mateo nos dice que era de novísima alcurnia. Entre sus antepasados están Zorobabel, David, Judá, Jacob, Isaac y Abraham. Vivía en la aldea de Nazaret ganándose el pan de cada día con su trabajo de artesano. San Mateo dice: «Era un hombre honrado, justo, religioso, Santo».

La hermosa hija de Joaquín y Ana, María Santísima, vivía en Jerusalén. Avatares de la vida le llevaron a Nazaret. Descendiente también de David, se dedicaba a trabajo sencillos como llenar el cántaro de agua en la fuente del pueblo. Más de una vez coincidían los dos jóvenes María y José en el mismo lugar. José se enamoró de aquella joven virginal, piadosa, honrada, de condición humilde. ¡María será mi esposa! María correspondió al afecto de aquel joven, humilde y sencillo.

Tanto fue el cántaro a la fuente que se comprometieron. El desposorio se veía próximo. Y el día llegó. Los desposados vivían en la casa de sus padres. María estaba desposada con José pero no casado. Llegó el día que la hermosa hija de Joaquín y Ana contrajo el santo matrimonio. A los pocos meses, María daba señales de su embarazo. San José quedó sorprendido ¿María adúltera? debe ser apedreada. El Señor le envió un Ángel que le dijo: «No temas recibir a tu esposa, porque lo que de ella ha nacido del Espíritu Santo». San José decidió dejar secretamente a María. El evangelio nos dice que no quiso descubrirla, sino que decidió abandonarla ocultamente. Vivian como hermanos, el joven José, casto y humilde y María Virgen perpetua.

Por aquellos días Augusto decidió que se empadronaran todos los que vivían en su imperio. José y María se pusieron en camino hacia Belén ¿Cómo harían el camino? como pobres, con privaciones de toda clase. San Ignacio de Loyola dice que: «San José iba a pie y la Virgen sentada en una asna. Trataban afablemente con todos los de la caravana en los cuatro o cinco días que dura la caminata.

Los santos esposos llegan a Belén ¡no había lugar para ellos! Don José Guerra Campos, al entrar en el colegio Corazón Inmaculado de María dijo: «Vine a los míos y los míos sí me recibieron». San José buscaba un lugar para refugio de su esposa y solo encontró una cueva abierta a todas las inclemencias del tiempo. San Lucas nos dice: «Estando allí se cumplieron los días de su parto, y dio a luz a su Hijo primogénito y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre -donde yo he celebrado la Santa Misa- por no haber sitio para ellos en el mesón. Me imagino que San José cogió al Niño Dios el sus brazos para que María Santísima descansara. Lo adoró con profundo respeto, lo estrechó contra su pecho, le besó con cariño. Que los hombres también sienten ternura y cariño.

¡Un establo, una cueva, es el palacio del Hijo de David! ¡Un pesebre, el trono del Hijo de Dios! ¡Y los brazos de José que lo protegían de cualquier inclemencia! Contemplemos la cueva. El Niño Jesús reunió en Belén dos cosas que el mundo tiene como inconciliables, pobreza y felicidad. ¡Qué felicidad, si hubiéramos podido estar en la cueva de Jesús María y José.

Los Ángeles cantan «Paz a los hombres de buena voluntad o amados de Dios». La paz de Cristo, el gozo sobrenatural de vivir con Él. Paz que se pierde por el pecado mortal. San José siguió todas las inspiraciones del Espíritu Santo. Nosotros también hagamos siempre lo que Dios inspira. La humildad, la humildad la humildad. San José nos protege y la Virgen María nos acompaña. ¡Niño Jesús te queremos!