Carlomagno, que significa Carlos el grande.

Recapitulada por el P. Cano

– CARLOMAGNO

Carlomagno, hijo de Pipino el Breve, que había ayudado mucho a la Iglesia, siguió la política de su padre de ayudar a los Sumos Pontífices. Ante los ataques de lombardos y bizantinos, el Papa Adriano I pidió auxilio a Carlomagno y éste acudió personalmente y cercó Pavía a finales del año 773. Desiderio, rey lombardo, acudió en defensa de los territorios que había arrebatado al Papa y el asedio se prolongó hasta muy entrado el año 774.

Carlomagno marchó a Roma; el Sábado Santo, ante la Confesión de San Pedro, se juraron mutua fidelidad el Rey y el Papa. Volvió Carlomagno a Pavía y, en junio del año 774, se apoderó de la ciudad sitiada y puso término al reino lombardo. Desde entonces Carlomagno llevó el título de “gratia Dei Rex Francorum et Langobardorum et Patricius Romanorum”.

Carlomagno tuvo que acudir para ayudar al Papa en varias ocasiones. El 24 de noviembre se presentó Carlomagno en la Ciudad Eterna. El día 23 de diciembre se celebró un Concilio en la Basílica de San Pedro. Al día siguiente, durante los oficios de Navidad, se desarrolló una escena de las más solemnes y trascendentales de la Historia. Después de celebrar la Misa, el Papa León III ungió como Emperador a Carlomagno.

Carlomagno quedaba instituido Emperador de Occidente, del “Sacrum Romanum Imperium”. El Emperador debía ser paladín y protector del Cristianismo y el Papa el moderador espiritual de la Cristiandad. Ambos poderes debían obrar siempre de común acuerdo en la profesión de la fe. Carlomagno cumplió fielmente con su nueva dignidad.

– DECADENCIA DEL IMPERIO CAROLINGIO

Con el talento de Carlomagno y su entendimiento con los Papas, la cultura cristiana occidental llegó a su gran apogeo; muchos historiadores han llamado a este período “primer renacimiento”. Pero muerto Carlomagno, las divisiones y debilidad de sus sucesores dieron origen a muchos problemas y calamidades.

Las divisiones y luchas del Imperio arrastraron consigo a la Iglesia, que fue cayendo en una desastrosa decadencia. Desastres que aumentaron en el siglo IX con las invasiones de los normandos y de los musulmanes, frente a los cuales se hallaban indefensos los Papas. Período en que sólo destacan los Sumos Pontífices Nicolás I (858-867) y Juan VIII (872-882).

– EL SIGLO DE HIERRO DE LA IGLESIA

A la decadencia del siglo IX, siguió un estado de postración de la Iglesia en todo el siglo X. El que se conservara incólume el depósito de la fe, a pesar de tantas miserias, es la mejor prueba de que la Iglesia Católica no es una institución humana, sino divina.

Se inaugura este período con el trágico Pontificado de Formoso (891-896). El Pontificado queda en manos de la familia de las Teodoras y Marozia y de Alberico de Espoleta, hijo de Teodora.

Sergio III inicia la serie de Papas sometidos a la familia Teodora en el año 904; sigue con Juan X (914-928). El desorden que trae consigo el Pontificado se desbordó con Juan XI, hijo de Marozia. En este tiempo, Alberico de Espoleto se rebeló contra su madre y metió en prisión a su hermano, el Papa.

Los cuatro Papas sucesores de Juan XI fueron hechuras de Alberico y estuvieron enteramente sometidos a él. Alberico muere el año 954. Antes de expirar hizo jurar a los grandes de Roma que cuando muriera el Papa reinante eligieran a su hijo Octaviano como Sumo Pontífice. Así sucedió en el año siguiente 955. Octaviano, joven de 18 años, fue elevado a la Sede Pontificia y tomó el nombre de Juan XII (955-964). Es el primer caso conocido de cambio de nombre al ser elegido Papa. Juan XII llevó al Pontificado al mayor descrédito que jamás se había conocido.

A Juan XII le sucedieron Benedicto V, que abdicó, León VIII y Juan XIII (965-972), elegido con la ausencia del Emperador Otón I; estuvo bajo la influencia de los Crescencios, descendientes de las Teodoras, con lo que se inicia la intromisión de esta familia noble en los asuntos del Pontificado.

Le sucedió Benedicto VI que fue arrojado a la cárcel por Crescencio de Teodora, »dux» de Roma, y allí fue degollado. En su lugar subió el diácono Bonifacio Franco (Bonifacio VII), uno de los hombres más indignos que ha subido al Pontificado. Le sucedió Benedicto VII (974-983) que protegió y favoreció la reforma de la Iglesia que iniciaron los monjes cluniacenses.