San Luis de Francia

Recapitulada por el P. Cano

– SEGUNDA CRUZADA

Los nuevos Estados cristianos de Oriente pasaron por muchas dificultades; ante la presión constante del Mosul Noradino, se rindió Edessa el año 1144. La noticia impresionó a los cristianos de Occidente. En respuesta al turco se organizó la segunda cruzada predicada por San Bernardo y el Papa Eugenio III.

Al frente de los cruzados iba el rey Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania. Emprendieron la marcha el año 1147. Encontraron resistencia por parte de los griegos. Se unieron de nuevo los ejércitos en Nicea y, por fin, llegaron a Jerusalén. Pero las discusiones entre los dirigentes y las traiciones de los aliados hicieron fracasar los planes de la cruzada. Los cruzados volvieron a Europa el año 1149.

– LA TERCERA CRUZADA

El pequeño reino cristiano de Jerusalén quedó desamparado; circunstancia que aprovechó el sultán Saladino para apoderarse de la Ciudad Santa el 3 de octubre de 1187. La derrota entristeció a toda la Cristiandad.

Reaccionó el Papa Clemente III predicando ardorosamente una nueva cruzada. A su llamada respondieron Federico I Barbarroja de Alemania, Felipe II Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León de Inglaterra. Organizaron un poderoso ejército y emprendieron la marcha hacia Tierra Santa el año 1189.

Pronto empezaron las calamidades. Federico Barbarroja murió al atravesar el río Galicadno en Cilicia; poco después murió su hijo Federico de Suavia, víctima de la peste en Ptolemaica. Los ejércitos de Felipe Augusto y Ricardo Corazón de León se dividieron de tal manera, que Felipe Augusto se volvió enseguida para Francia. Prosiguió Ricardo y consiguió que Saladino cediera terrenos entre Tiro y Jope para que los peregrinos europeos pudieran ir a Jerusalén. En 1192 volvió con su ejército a Occidente.

– EL IMPERIO LATINO DE ORIENTE

La indomable energía de Inocencio III volvió a levantar el espíritu de Cruzada. Los cruzados inician su marcha hacia Tierra Santa el año 1202. Las intrigas del dux de Venecia, Enrico Dándolo, desvirtuaron la Cruzada. Se dirigió a Constantinopla, donde venció al Emperador bizantino y fundó un Imperio latino que se prolongó durante medio siglo.

La fundación del Imperio latino en Oriente excitó gran entusiasmo en Europa. De tal manera que hasta los niños organizaron su cruzada bajo el mando de Esteban, pastorcillo francés, que embarcó en Marsella con miles de niños y personas mayores. Muchos naufragaron y fueron vendidos como esclavos en Oriente.

Los jóvenes también promovieron una cruzada y marcharon a Tierra Santa. Al frente iba Nicolás, muchacho alemán, que pasó los Alpes con 20.000 jóvenes. Muchos murieron de hambre y de cansancio; a los demás no les dejaron salir de Italia.

Inocencio III quiso encauzar de nuevo este entusiasmo y promovió la quinta cruzada (1217-1221) en el IV Concilio de Letrán (1215) que se organizó en 1217; se pusieron al frente Andrés II de Hungría y Leopoldo VII de Austria; pero las veleidades de Federico II, que no llegó a unirse con ellos, malograron la Cruzada.

– SAN LUIS Y LAS CRUZADAS

El último rey que volvió a levantar la bandera de la Cruzada fue San Luis de Francia. En 1248 emprendió el camino para reconquistar los Santos Lugares, acompañado de tres hermanos y de la flor de la nobleza francesa.

En junio de 1249 conquistaron Damieta; al poco tiempo San Luis cayó prisionero de los turcos; consiguió la libertad con una importante suma de dinero. Permaneció cuatro años en Oriente, visitando privadamente los Santos Lugares y organizando los pequeños Estados cristianos de Akon, Jaffa, Sidón y Cesarea. En 1254 volvió a Francia.

San Luis no perdió la esperanza de recuperar el Santo Sepulcro. En 1270 dirige su segunda expedición, que es considerada como la séptima cruzada. Le acompañaron tres hijos y los reyes de Navarra y de Sicilia. Llegaron a Túnez en el mes de julio y emprendieron el asalto de Cartago. Al poco tiempo se declaró una peste terrible que produjo la muerte de un hijo del rey, del Legado pontificio y de muchísimos nobles en un sólo mes; finalmente el mismo rey entregaba su alma a Dios, exclamando: “¡Jerusalén! ¡Jerusalén!”.

Así murió aquel rey santo, hijo de Blanca de Castilla y primo de San Femando, que oraba como un monje y luchaba como el mejor soldado.