Santa Juana de Arco

JEAN DUMONT, Historiador francés

ISABEL LA CATÓLICA, LA GRAN CRISTIANA OLVIDADA

LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA: SOMBRAS, PERO TAMBIÉN LUCES (XIII) 

Bajo índice de productividad

Llegamos a la última imagen estereotipada: la hoguera. Aquí de nuevo los especialistas han reducido a su justa medida las exageraciones resultantes de los cálculos conjeturales de Llorente, que hacían creer que, durante tres siglos, en España el aire no había dejado de “apestar a carne quemada”. En primer lugar, es necesario constatar que la Inquisición española es la única que no ha condenado a la hoguera a ningún escritor, filósofo, teólogo o científico de categoría, como lo ha demostrado, de sobra, Menéndez y Pelayo. Y Azcona, en 1964, estimó que, incluso durante el período más duro, el de los veinticinco primeros años de represión antijudaizante con carácter de salvación pública —1480 a 1504—, los ejecutados no fueron más que algunas centenas en toda España, unos veinte al año, o dos al año por cada reino o región, dato confirmado más recientemente por el alemán Klaus Wagner. Para el período de 1560 a 1700, Henningsen concluyó: “Solamente un 1 por 100 de los acusados debieron ser ejecutados”. Y Braudel, por su parte, escribió en 1966 acerca del “número relativamente limitado” de las víctimas de la Inquisición española. “Relativamente”, es decir, en relación con lo que ocurría en la misma época fuera de España, como ya hemos recordado. Ya que “el uso de la pena capital fue excepcional a partir de 1500”, como escribió Bennassar en 1979. Lo cual realmente fue singular, en comparación con el resto de Europa. Incluso se podía “acusar” a la Inquisición española, como empresa represiva, el haber tenido un “bajo índice de productividad”, tal y como escribió Antonio Domínguez Ortiz en su historia de los Autos de la Inquisición en Sevilla de 1981.