D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
Precisamente porque conocemos el valor cristiano de la vida social, no podemos ocultarlo; tenemos que exponerlo, realizarlo, defenderlo, sean cuales fueren las situaciones de desconocimiento o de repulsa de hermanos nuestros. ¿Por qué hemos de tolerar con laxitud cualquier forma de vida social, aunque sea con menosprecio de su contenido religioso y de los más finos valores morales?
Cristo es un dato irreversible. No es algo accidental; es el sentido de la historia, y nada, ninguna concepción por brillante que fuese, aunque la expongan hombres de la Iglesia, puede justificar la traición a la presencia visible, profesada, de Cristo entre los hombres o, lo que es lo mismo, no hay amor a los hombres sin amor a la verdad. Recordemos, a este respecto, las palabras incisivas del Padre Santo, Pablo VI, en su encíclica Humanae Vitae, dirigiéndose a los sacerdotes: «No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo, es una forma de caridad eminente hacia las almas», y continúa diciéndoles que imiten al Señor, «intransigente con el mal, misericordioso con las personas»; al Señor que dijo: «La verdad es la que os hará libres» (Jn. 8, 32).
El mismo Papa, hablando, el pasado día 5 de este mes, a todos los obispos del mundo, en conmemoración de la clausura del Concilio Vaticano II y exhortándonos a que presentemos constantemente pura e íntegra la verdad de la fe al pueblo, que tiene imprescriptible derecho de recibirla, nos dice: «Sepamos caminar fraternalmente con todos los que, privados de esa luz que nosotros gozamos, tratan de llegar a la casa paterna a través de la niebla de la duda. Pero si nosotros compartimos sus angustias, que sea para tratar de curarlas; si les presentamos a Jesucristo que sea el Hijo de Dios hecho hombre para salvarnos y hacernos participar de su vida, y no una figura totalmente humana, por maravillosa y atrayente que sea.»
Sin este amor a la verdad (que por ser amor es ya plenamente respetuoso de la intimidad y la libertad de los hermanos), la vida social, so pretexto de lograr la unidad por abajo, mediante un humanismo recortado, da necesariamente paso libre al ateísmo.