Todos hemos oído hablar de don Quijote de la Mancha. Pero, don Quijote es una creación genial y novelesca de Cervantes. En cambio, Raoul Follereau, nacido en Nevers, Francia, en 1903, y fallecido en 1977, fue un cristiano excepcional, de amplitud mundial, soñando el mayor bien de los hombres, especialmente los leprosos, tan abandonados por muchos. La historia empezó así: en un viaje por tierras africanas, tras una avería del coche, en el bosque, se le aparecieron sombras de hombres con cuerpos deformados y carcomidos. Y en 1943, Raoul Fotlereau lanza un llamamiento, al mundo, que después-se ha repetido año tras año multiplicando los donativos en favor de los leprosos.
Un llamamiento no escuchado
Raoul Follereau, audaz por el amor que sentía a los leprosos, para ayudarles se dirigió a los estadistas más destacados del mundo. Decía Raoul Follereau en 1973: «Guerra: 78 hecatombes en 73 años. En total, 100 millones de cadáveres. Hambre: dos hombres, de cada tres, no han comido esta noche. En 1972, el 20 por 100 de los niños nacidos en el tercer mundo han muerto antes de haber acabado su primer año de vida. Guerra, hambre; guerra, hambre: tal es el sangriento estribillo de lo que nos atrevemos a llamar el siglo XX del cristianismo. ¿Por qué tantos sacrificios, tantos horrores, tantas desgracias? Porque para más de mil hombres, Dios ha muerto, no significa nada sino un viejo ensueño desvanecido o una superstición que se debe aniquilar. Se ha querido hacer una chapuza de una existencia que se desarrollaría entre la fecha de nacimiento y la fecha de la muerte. Nada antes, nada después. Entonces, naturalmente, todo, todo enseguida. Y por cualquier procedimiento. Suprimiendo a Dios del destino humano, se ha creado la civilización del asco y de la desesperación. Terrible civilización que mide los pueblos según el oro que poseen, las bombas que fabrican o el número de niños que pueden hacer matar».
Cartas a eisenhower y a malenkov
En 1954, Eisenhower era el Presidente de los Estados Unidos y Malenkov el Presidente del Gobierno de la U.R.S.S. Raoul Follereau, empujado por el amor a Dios y a los hermanos, se dirigió a esos Jefes de las dos máximas potencias mundiales y les dijo: «Dennos cada uno un avión de bombardeo, que cuesta 5.000 millones de francos. Con ese dinero se podría atender a todos los leprosos del mundo». No recibió respuesta, pero la semilla y la idea estaban lanzadas. Raoul Follereau sentía la angustia de los quince millones de hombres inocentes condenados a morir de lepra y hay que destacar que en esa entrega a los leprosos, estuvo siempre ayudado por su esposa. Decía Follereau: «Sin mi mujer, Jamás hubiera tenido el valor de hacer lo que hice. Siendo dos, la unión hace la fuerza».
El hombre que sabía hacer reír a los leprosos
Raoul Fo-Hereau practicaba una caridad activa, simpática, real. Llégó un día a un «campo de concentración» de leprosos. Allí le acompañaban el director del establecimiento y el médico. Y explica Follereau. «He tendido la mano al primero de los leprosos que vino a mi encuentro. -¡Está prohibido!-, me ha dicho secamente el médico. Vosotros, ¿qué hubierais hecho? Lo que hice yo: reír. ¿Prohibido estrechar la mano a un leproso? Pues bien, ya podrán llevarme también a mí a una isla desierta, junto con los cientos de misioneros y médicos que, en todo el mundo, tocan a los leprosos de sol a sol. De haber estado en mi casa, hubiera pataleado, gritado… Pero me hallaba en el extranjero. Entonces he simulado no comprender y, tomando la cara de los leprosos entre mis manos, he restregado mi nariz contra la suya~ según la costumbre china. Hubo un momento de asombro. Después, el leproso, soltó una carcajada, mientras el médico tomaba las de Villadiego… Al oír aquella risotada, todos los enfermos salieron de sus barracas, aterrorizados. ¿Habrían oído reír alguna vez en aquella leprosería? Ahora, los trescientos están a mi alrededor. En sus ojos hay una alegría ingenua y perturbada. Tienden hacia mí sus manos, sus pobres manos, a menudo ensangrentadas, nunca curadas. ¿Qué puedo darles? No estoy en mi país, la leprosería es gubernamental. No tengo nada y allí no tengo poder alguno. De mil maneras intento decirles mi impotencia… mis deseos de ayudarles… Entonces, uno de ellos, quizá el único que conocía un poco el francés, me dijo: -No importa. Pero, ya que has venido, ¡toca por lo menos nuestras manos! Y he estrechado aquellas pobres manos, que querían vivir, sentir un contacto humano para tener la seguridad de que seguían vivas. Después me marché, más triste que cansado». Director y médico hacía ya rato que se habían marchado. Al pasar delante de los guardias de la entrada, uno esbozó una sonrisa. Extrañado por el asombro de su compañero, se apresuró a decirle:-Ha hecho reír a los leprosos».
Una obra que continúa
Raoul Follereau falleció el 6 de diciembre de 1977. Dio la vuelta al mundo treinta veces. Visitó 95 países. Ha escrito 44 libros o folletos. El más famoso es el titulado «Libro de amor», que ha sido traducido a 6 idiomas, con un conjunto de 7 millones de ejemplares. En 1969 fundó la Federación Europea de Asociaciones para eliminar la lepra –E.LE.P.-. En 1973 se constituyó la Federación Internacional para eliminar la Lepra -I.L.E.P.-. A través de estos organismos se asiste a un millón de leprosos, de los 15 millones que hay en el mundo, parte de los cuales están semicurados y rehabilitados. Poco antes de morir Follereau escribió su mensaje para la XXV Jornada Mundial de los Leprosos, que se celebró el 29 de enero de 1978. En esta llamada, ya póstuma, entre otras cosas, escribía Follereau: «Instituyo como heredero universal a la juventud del mundo. A toda la juventud del mundo entero: de derecha, de izquierda, del centro, de arriba: ¡qué me importa! A toda la juventud… Cuanto más se acerca mi vida a su fin, tanto más siento el deber de repetíroslo: amándoles salvaremos a la humanidad. Y de repetiros: la mayor desgracia que pueda sucederos es la de no ser útil a nadie, que vuestra vida no sirva para nada. Amarse o desaparecer. Pero no basta balar la paz, la paz, para que la Paz deje de estar ausente de la tierra. Hay que actuar. A fuerza de amor. Agolpes de amor… Renunciad a aquellas palabras que, cuanto más son altisonantes, tanto más son vacías. No curaréis al mundo con signos de exclamación… No hagáis de vuestro corazón un papelero; pronto se convertiría en un cubo de basura. Trabajad. Una de las desgracias de nuestro tiempo es considerar el trabajo cómo una maldición, mientras que es redención. Mereced la felicidad de amar vuestro deber… la sola verdad es la de amar. Amarse unos a otros, amarse todos. No sólo a horas fijas, sino toda la vida. Amar a los pobres, a los hombres felices -que con frecuencia son también pobres petates-, al desconocido, amar al prójimo en los confines del mundo, amar al extranjero que nos está cerca… Entonces…, ¿mañana? El mañana sois vosotros».
Nuestra respuesta
Raoul Follereau ha recibido ya el premio de Dios para su vida entregada a la práctica del amor al prójimo. A sus 30 años, en el Sahara, escuchó el grito de angustia de los leprosos. Ha recorrido más de dos millones de kilómetros cumpliendo su misión. Ha muerto a los 64 años. Pero su recuerdo nos obliga. Él decía: «El que no me escuchen no es motivo suficiente para que yo me calle».
No, Follereau no se calla. Porque cuanto él hizo y dijo es un reflejo del Evangelio. Todo cristiano tiene obligación de ayudar a los marginados, a los enfermos, a los que lloran, a los que están abandonados. En torno nuestro hay hospitales, hogares con sufrimientos ignorados, empresas de caridad como las Conferencias de San Vicente de Paúl, la obra Ayuda a la Iglesia Necesitada, familias que sufren desgarros. ¿Por qué no nos preocupamos de los que sufren? Hemos de cumplir el anhelo de Follereau: «Devolver Dios al mundo. He aquí nuestra consigna. La inteligencia atea os miente. Es incapaz de dar un sentimiento a vuestra vida. Os traiciona, os encierra, os mutila, os destruye. Dios, Él, no muere. Dios, Aquél que puede perdonar sin fin. Dios, que será nuestro último Amigo». Éste es el verdadero Follereau. Lo remacha de nuevo: «Se trata de salvar el mundo, un mundo que se atreve a creer en nada porque le enseñaron a mofarse de todo; que no espera en nada porque le habían prometido todo». Sólo así, viviendo en gracia de Dios y amando al prójimo de verdad, tendremos la esperanza cierta de que cuando llegue nuestra última hora también podamos decir: «He concluido mi trabajo y con el corazón en paz». Fue la rúbrica de Follereau. O ¿piensas que puedes pasar la vida en vicios, egoísmos, pedanterías, vanidades, y no demostrar que eres cristiano de verdad apretando tu bolsillo para desprender billetes de caridad en favor de los pobres, de los niños, de los que pierden la fe, de la juventud desorientada, de los ancianos incomprendidos? A la, luz de la vida de Raoul Follereau, piénsalo con verdadera sinceridad.
“UNA SEÑAL CIERTA DE PREDESTINACIÓN BRILLA EN LA FRENTE DE LOS SIERVOS DE MARÍA», afirma San Alfonso María de Ligorio. Y asegura esta verdad el rezo diario, cada mañana y cada noche, de las TRES AVEMARIAS. No las olvidemos.