Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
En todo caso, Prelados celosos por la independencia de la Iglesia han proclamado, en todas las etapas del gobierno de Franco, que aquélla la disfrutó en mayor grado que nunca.
El Cardenal Pla decía en 1945: «Hemos de reconocer que, en general, desde muchos siglos no se había reconocido tanto teórica y prácticamente la independencia de la Iglesia como por el actual Gobierno«. El Cardenal Quiroga, en 1954, públicamente y delante del Jefe del Estado: «Como prelado de la Santa Iglesia yo os felicito… por reafirmar nuestra unidad católica… y por este sistema de relaciones entre la Iglesia y el Estado», sin supeditación del Estado a la Iglesia ni servidumbre de ésta al Estado, que la Iglesia «rechazaría hasta el martirio«.
En los documentos de 1966 y 1973, después del Concilio, el Episcopado no dejará de agradecer las facilidades dadas hasta entonces por el Estado. En tiempo de «contestaciones» (1966) el Obispo de Tortosa dijo algo que podían suscribir los demás: «Gracias por la libertad plenísima, absoluta, que hemos gozado los pastores durante el tiempo de vuestro mando para ejercer nuestro ministerio pastoral… En todos los días de mi largo pontificado (unos treinta años) jamás se me ha hecho por parte de V.E. ni de ninguno de vuestros colaboradores en las tareas de gobierno, ni directa ni indirectamente, presión alguna ni siquiera sugerencia alguna que pudiera afectar el libre ejercicio de mi cargo;… siempre encontré colaboración leal y desinteresada tanto en Lérida como en Tortosa».
Un Obispo de Madrid, en 1969, ante el Príncipe Juan Carlos: «La Iglesia ha podido ejercer su misión propia en favor de sus hijos (como sembradora de esperanza y promotora de la comunión de los espíritus en Dios Padre) con una libertad como no se conocía durante siglos».
El que fue primer Secretario de la Conferencia Episcopal declaró en 1973 que daba testimonio «por primera vez en público» acerca de las autoridades civiles en los últimos decenios. En tiempo de silencios o insinuaciones reticentes, no era licito callar, y había que evocar tantísimos testimonios de los Obispos mayores: «la verdad y la justicia están por encima de cualquier oportunismo o cálculo de futuro». La cooperación de las autoridades había estado animada muchas veces por aquella solicitud apostólica que la Iglesia pide de los seglares en el mundo, y al mismo tiempo había sido muy respetuosa con la libertad de la Iglesia. Las indicaciones sobre materias mixtas «fueron siempre muy sobrias, casi nulas en comparación con las presiones obsesivas de ciertos grupos clericales y laicales». Gran mesura de la Jerarquía en sus relaciones con el Estado. «En ninguna otra nación, de las que yo conozco, supera la Iglesia, y no siempre iguala, el nivel de independencia y sana cooperación mantenido en España».