P. Manuel Martínez Cano m.C.R.
A la vuelta de Colonias y Campamentos con los niños y adolescentes, encuentro encima de mi mesa de trabajo, las declaraciones del Cardenal Marx (el propugnador de que los divorciados vueltos a casar pueden comulgar) pronunciadas en una conferencia en Dublín. Entre otras cosas, dice que la Iglesia Católica debe pedir perdón a la comunidad gay. Quien tiene que pedir perdón a la Iglesia y ¡marcharse a las periferias! Es el cardenal, por la confusión y cizaña que está sembrando en la Santa Iglesia de Cristo.
La Iglesia es Santa. Y tiene poder para perdonar los pecados cometidos contra la Ley de Dios, de todos los bautizados. Y a los que no están bautizados, si reciben el sacramento del Bautismo, les perdona todos los pecados cometidos hasta ese mismo día. La Iglesia es Santa.
La doctrina de la Iglesia sobre los homosexualidad y los homosexuales está clarísima en el Catecismo de la Iglesia Católica: 2358.- Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359.- Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental , pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
La Iglesia Católica tiene poder para perdonar todos los pecados. En distinta regiones de España, se han acercado al confesionario hombres y mujeres de tendencia homosexuales. Y la Iglesia les ha perdonado todos los pecados, por medio de su ministerio sacerdotal. Y todos contentos y felices.
Un día estaba hablando con unos jóvenes en la calle, se acerca un hombre de más de cuarenta años y me dice: Padre, soy homosexual. Tengo mucha devoción a la Virgen María, que mi madre me enseñó de niño. Con mi padre, no me he entendido nunca. Siempre discusiones. Dentro de pocos días voy a Lourdes, con un grupo de católicos. Voy a pedirle a la Virgen que me saque de este infierno. Porque nuestro mundo homosexual es un infierno. También quiso confesar. Demos gracias a Dios y a la Virgen Santísima.