canoP. Manuel Martínez Cano mCR.

Es dogma de fe que los sacramentos de la Nueva Ley confiere la gracia, “ex opere operato”, si se recibe y administra con las disposiciones necesarias. La gracia sacramental se confiere en virtud del rito sensible puesto según la institución del mismo Cristo, independientemente tanto de los méritos del que recibe el sacramento como de los méritos del que lo administra.

El Concilio de Trento definió contra los protestantes: “Si alguno dijere que por medio de los mismos sacramentos de la Nueva Ley no se confiere la gracia ex opere operato, sino que la fe sola en la promesa divina basta para conseguir la gracia, sea anatema”. En cuanto al ministro del sacramento, el Concilio difiere: “Si alguno dijere que el ministro que está en pecado mortal… no realiza o confiere el sacramento, sea anatema”.

En la Sagrada Escritura vemos que la gracia que se confiere en los sacramentos no se atribuyó al sujeto que lo recibe ni al ministro sino al mismo rito sensible: “Quién no naciera del agua y del Espíritu…” (San Juan 3, 5); “Bautizados en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados” (Hechos 2, 38) “Aquí hay agua, ¿Que impide que sea bautizado? Si crees de todo corazón bien puedes…” (Hechos 8, 36).

Los sacramentos que confieren la gracia ex opere operato, no la dan a todos en la misma medida, sino según las disposiciones del sujeto que recibe el sacramento. El Concilio de Trento lo dice con estas palabras: “Al recibir en nosotros cada uno su propia justicia según la medida que el Espíritu Santo la reparte a cada uno como quiere, y según la propia disposición y cooperación de cada uno”.

Los sacramentos de la Nueva Ley son causas propiamente dichas de la gracia sacramental, aunque instrumental. Causa es aquello que positivamente influye en la producción de algún efecto. Las causas instrumentales no obran por su propia virtud. En nuestro caso, obran por la virtud recibida de Dios, por la cual son movidos y elevados para que puedan producir su efecto. Dios es la causa primera que ha decidido conferir infaliblemente la gracia cuando se administra el sacramento.

La Sagrada Escritura confirma que los sacramentos ejercen su influjo en la colación de la gracia: “Quién no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos”. (San Juan 3, 5); “Viendo Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se comunicaba el Espíritu Santo”. (Hechos 8, 18). Por tanto, los sacramentos son causas estrictamente dichas de la gracia sacramental.

Así, pues, en los sacramentos hay una virtud divina por la cual los sacramentos son elevados para producir la gracia sacramental.