Jesús lloró no sólo por Jerusalén, sino por todos nosotros. Y da su vida, para que nosotros reconozcamos su visita. San Agustín decía una palabra, una frase muy fuerte: “¡Tengo temor de Dios, de Jesús, cuando pasa!”. ¿Por qué tienes miedo? “¡Tengo miedo de no reconocerlo!”. Si tú no estás atento a tu corazón, jamás sabrás si Jesús te está visitando o no. Que el Señor nos dé a todos la gracia de reconocer el tiempo en el que hemos sido visitados, somos visitados y seremos visitados para abrir la puerta a Jesús y de este modo hacer que nuestro corazón sea más ensanchado en el amor y sirva en el amor al Señor Jesús.
Cardenal Mauro Piacenza
Así, la Iglesia, al donatismo del siglo IV, que quería la exclusión de los lapsi de la comunión, respondió con la readmisión de los hermanos arrepentidos y con la fundamental verdad doctrinal del ex opere operato. Al pelagianismo del siglo V, respondió con la profundización agustiniana de la doctrina de la Gracia. Al luteranismo del siglo XVI, respondió reafirmando la real eficacia de la justificación por la gracia, la verdad de los Sacramentos – de modo especial los de la Eucaristía y la Reconciliación y, por obvia consecuencia, el del Orden Sagrado – y la bondad y la suficiencia de la atrición para obtener el perdón de los pecados.
Cardenal Cario Caffarra
El colapso de la razón en su tensión hacia la verdad del que habla la encíclica Fides et ratio (81-83) ha arrastrado consigo también la voluntad y la libertad de la persona. El empobrecimiento de la razón ha generado el empobrecimiento de la libertad.
Cardenal Velasio De Paolis
El riesgo de confundir adaptación con conformidad al mundo es un riesgo no sólo posible, sino real, que ya el Apóstol Pablo denunciaba en su tiempo, como lo escribió en la carta a los Romanos, mientras en la carta a los Filipenses indicaba el criterio moral del obrar cristiano. Este riesgo parece haber sido particularmente fuerte en tiempos recientes. Es bueno, más aún, es necesario, que lo tengamos en cuenta.
Cardenal José Saraiva Martins
La canonización de este niño mártir es un don y una gracia para México y para toda la Iglesia. El santo José deberá ser para todos un ejemplo del camino de Jesús y de la lógica de su seguimiento: el que se ama a sí mismo, se pierde; y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna; y, al mismo tiempo, una fuente de esperanza y una garantía de frutos de vida eterna para todos los fieles: la sangre de los mártires, en efecto, sigue siendo semilla de cristianos.