marcelino menendez pelayoMarcelino Menéndez y Pelayo
Cultura Española, Madrid, 1941

Pero, no sólo por rasgos y efusiones poéticas se recomiendan estos escritos de Colón; no sólo se admiran en ellos la espontánea elocuencia de un alma inculta a quien grandes cosas dictan grandes palabras, levantándola por el poder de la emoción sincera a alturas superiores a toda retórica, sino que el hombre entero, con su mezcla de debilidad y soberbia, de amargura desalentada y de sobrenatural esperanza, con el presentimiento grandioso de su misión histórica, con la iluminación súbita de su gloria, con el terror religioso que le penetra y embarga al ver descorrido y patente el misterio de los mares; con sus fantasías místicas, en que el oro de Paria y la conquista de Jerusalén, las perlas y las especerías de Levante y la conversión de los súbditos del Gran Kan forman tan abigarrado y prestigioso conjunto, sólo en las letras de CoIón, está, y ninguno de sus historiadores, salvo acaso el Cura de los Palacios, que parece haberle conocido muy de cerca, nos da de ello idea ni trasunto aproximado. Para penetrar en el alma de Colón, que no era ciertamente un santo, pero sí un iluminado, en quien el fervor de la acción nacía de la propia intensidad con que vivió vida espiritual e interna, no hay documento tan adecuado como el relato de la visión que tuvo en la costa de Veragua: «Cansado me dormecí gimiendo; una voz muy piadosa oí diciendo: «Oh estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios, ¡Dios de todos! ¿Qué hizo El más por Moisés o por David su siervo? Desque nasciste, siempre Él tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te vido en edad de que. Él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dió por tuyas; tú las repartiste adonde te plugo, y te dió poder para ello. De los atamientos de la mar océana, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dió las llaves, y fuiste obedecido en tantas tierras, y de los cristianos cobraste tan honrada fama… No temas, confía: todas estas tribulaciones están escritas en piedra de mármol, y no sin causa.»

Las palabras de los grandes hombres tienen siempre maravillosa eficacia sugestiva, y cierta virtud que pudiéramos decir prolífica. Sin ser Colón hombre de ciencia, propiamente dicho, aunque sí mirabilmente plático y docto en las cosas de mar, contienen las cartas y diarios de sus navegaciones indicaciones científicas del más alto precio, que Humboldt comenta y pone a toda luz con su genial perspicacia, deduciendo de tal análisis que las facultades intelectuales no valían en Colón menos que la energía y firmeza de su voluntad. En medio de cierto desorden e incoherencia de ideas, y de algunos sueños y desvaríos, medio cosmográficos, medio teológicos, que a sus propios contemporáneos debían parecérselo, a juzgar por la blanda ironía con que habla de ellos el nada candoroso Pedro Mártir, hay en los escritos de Colón numerosas observaciones exactas, y entonces nuevas, de geografía física, de astronomía náutica, y aun de zoología y botánica, a pesar de que él se manifiesta del todo extraño al tecnicismo de los naturalistas y no nombra, ni menos clasifica, pero sí describe tan exactamente por sus caracteres exteriores, los animales y las plantas, que ha sido tarea fácil el identificar la mayor parte de las especies que reconoció en sus viajes.