Rosa
«Los que están en el infierno han salido de esta vida con la mala voluntad, y por eso su culpa no ha sido perdonada, ni puede ya serlo, pues una vez salidos de esta vida, ya no puede cambiarse su voluntad».
Santa Catalina de Génova
«Los defectos de los demás, échalos a la espalda, como si no los vieras y, si los ves, procura disminuirlos y excusarlos, compadeciéndote y ayudando a quienes los tienen, en lo que puedas».
San Vicente Ferrer
«El mismo Cuerpo, la misma Sangre, el mismo Jesús que se ofreció en el Calvario, el mismo es el que al presente se ofrece en la Misa».
San Leonardo de Porto-Maurizio
«¿Qué hacemos en este mundo y para qué estamos en él si no es para contribuir a la salvación de nuestros hermanos?».
Santa Eufrasia
«No te asombres por las tentaciones, no te asombres por las contradicciones: cuanto más se parezca tu género de vida al de Jesús, menos lo comprenderá el mundo».
Beato Carlos de Foucauld
«Ten por cierto que no subirás a la castidad, si antes no subes a la abstinencia; no llegarás a la humildad, si antes no pasas por el desprecio del mundo».
Santo Tomás de Villanueva
«En viéndote algún deseo, confórmalo con la voluntad de Dios y habrás descanso».
San Juan de Ávila
Eso es lo que hace el diablo lentamente, en nuestra vida, para cambiar los criterios, para llevarnos a la mundanidad. Se mimetiza en nuestro modo de obrar, y difícilmente nos damos cuenta. Y así, ese hombre, liberado de un demonio, se vuelve un hombre peor, un hombre preso de la mundanidad. Eso es lo que quiere el diablo: la mundanidad. La mundanidad es un paso más en la posesión del demonio. Es un encantamiento, una seducción, porque es el padre de la seducción. Y cuando el demonio entra tan suave y educadamente y toma posesión de nuestras actitudes, nuestros valores pasan del servicio de Dios a la mundanidad. Así se hace el cristiano tibio, el cristiano mundano, como una «macedonia» entre el espíritu del mundo y el espíritu de Dios. Todo eso aleja del Señor.
*El mal y la mentira no tienen derechos.