Cuando pasaba temporadas en el campo y me ponía muchos ratos al sol, en el balcón con todos mis juguetes, los niños de los obreros del cortijo se subían por la reja para saludarme, se quedaban boquiabiertos al verme rodeada de juguetes, cada uno me pedía prestado lo que más le gustaba, se los daba y gozaba al verlos marchar contentos. A veces era un poco egoísta, mira lo que me pasó: mi madre invitaba a los niños pobres a merendar a mi casa y yo disfrutaba mucho. Una tarde que mi madre preparaba unas chuletas para los niños me puse muy contenta porque me gustaban mucho, había un olor ¡uh! exquisito por toda la casa, ya las estaba devorando con los ojos, pero los niños llegaron y se las tomaron todas.
A mí me sentó muy mal, me puse muy seria, pero no dije nada, me costó mucho el quedarme sin nada, metí las manos en los bolsillos del babero apretando tanto, tanto que ¡zas! los descosí.