Cuando pasaba temporadas en el campo y me ponía muchos ratos al sol, en el balcón con todos mis juguetes, los niños de los obreros del cortijo se subían por la reja para saludarme, se quedaban boquiabiertos al verme rodeada de juguetes, cada uno me pedía prestado lo que más le gustaba, se los daba y gozaba al verlos marchar contentos. A veces era un poco egoísta, mira lo que me pasó: mi madre invitaba a los niños pobres a merendar a mi casa y yo disfrutaba mucho. Una tarde que mi madre preparaba unas chuletas para los niños me puse muy contenta porque me gustaban mucho, había un olor ¡uh! exquisito por toda la casa, ya las estaba devorando con los ojos, pero los niños llegaron y se las tomaron todas.
A mí me sentó muy mal, me puse muy seria, pero no dije nada, me costó mucho el quedarme sin nada, metí las manos en los bolsillos del babero apretando tanto, tanto que ¡zas! los descosí.
No podemos aceptar que la reforma de Lutero se defina como una reforma de la Iglesia en el sentido católico. Es católica una reforma que consiste en una renovación de la fe vivida en la gracia, la renovación de las costumbres y la ética, la renovación espiritual y moral de los cristianos; no una nueva fundación, una nueva Iglesia. Por lo tanto, es inaceptable que se afirme que la reforma de Lutero «fue un acontecimiento del Espíritu Santo». Es lo contrario, se produjo contra el Espíritu Santo. Porque el Espíritu Santo ayuda a la Iglesia a preservar su continuidad a través del magisterio de la Iglesia, sobre todo en el servicio del ministerio pretino: solo sobre Pedro estableció Jesús su Iglesia (Mt 16, 18), que es «la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad «(1ª Tim 3,15). El Espíritu Santo no se contradice a sí mismo. (Bruno)
*Una minoría o mayoría de opiniones no hace ni una sola verdad.