


25 lunes Mar 2019
Posted in Artículos - Contracorriente



25 lunes Mar 2019
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25 lunes Mar 2019
Posted in Hispanoamérica. La verdad
Una Epopeya misionera
Padre Juan Terradas Soler C. P. C. R
La Virgen, clave de América cristiana y testigo amoroso de la piedad y espíritu misionero de los civilizadores del Nuevo Mundo
¡América, repleta de templos en honor de María!, y esos templos, signo inequívoco de una devoción que es esencial al cristianismo: la devoción a Nuestra Señora.
Pero a tanta piedad externa, ¿respondía y responde en los pueblos de origen hispano una sólida devoción? Dios, que habita en tan innumerables iglesias, ¿vive también en el interior de las almas? La Virgen ¿se queda sola en sus suntuosos palacios, poco menos que olvidada entre sus ricas joyas y atavíos? La devoción inculcada por los apóstoles hispanos ¿era algo superficial, puramente externo, meramente espectacular?
No, afirma el Papa; María reinaba y reina en el corazón de los verdaderos hijos de aquellos pueblos, que saben honrarla con las clásicas prácticas cristianas, señal infalible de una auténtica devoción. Filipinas, v. gr., es para Pío XII el Reino de María, el Reino del Santísimo Rosario, y Su Santidad explica, con dulce y delicioso lenguaje, las tiernas manifestaciones de piedad de los habitantes de aquellas islas, último vástago engendrado por la Madre España. Piedad sólida, piedad clásica, de rancio sabor cristiano.
Piedad, por otra parte, trasunto fiel de la tradicional y típica devoción con que España católica ha honrado siempre a la Virgen María. El “Santo Encuentro”, por ejemplo, a que Su Santidad alude en delicado recuerdo, ¿cuántas veces no le hemos contemplado en los viejos pueblos de la meseta castellana? Oyendo al Papa, comprendemos aún mejor la potencia expansiva que Dios quiso comunicar a España, para que engendrase para la Iglesia tan fieles y parecidas hijas.
“Y muy en el centro de todo (de la pacífica conquista y asentamiento de la civilización cristiana en Filipinas), una, devoción, un cariño a una Madre amadísima, sin el cual quedaría como vacía esa alma nacional filipina, que no ha sabido nunca separar a la Madre del Hijo”.
¿No llevan acaso el nombre de la Virgen muchas de vuestras Ciudades: Santa María, La Concepción, Nuestra Señora de los Ángeles? ¿No están a Ella consagradas las cumbres de vuestras montañas: la Sierra Madre, la cima de la Madre de Dios? ¿Y cuántas de vosotras, amadas hijas que nos escucháis, no os honráis con su nombre? ¿Cuántos de vuestros hogares no tienen su imagen colocada en lugar preferente? ¿Ante quién cantáis en Cuaresma vuestras tonadas de pasión; o a quién vais a acompañar la mañanita de Pascua en el “Santo Encuentro”? Apuntará mayo, y entonces, ¿a quién dedicáis vuestras “flores”? Y, al caer de la tarde, en vuestros pueblos y aldeas, resuenan las calles con las dulces melodías de los dolores, y gozos de María, acompañados por el “banjo”, mientras que de las persianas entornadas sale de los hogares la suave cadencia del Avemaría, repetida y repetida en el rezo del Santísimo Rosario, la devoción nacional filipina, la que a veces ha llegado a ser el último vínculo que ha mantenido la unión, la fe de los cristianos en cualquier islote septentrional, tan lejano que quedaba casi perdido en la bruma; tan remoto, que no había visto al misionero hacía años y años”.
¡Filipinas, reino de María! ¡Filipinas, reino del Santísimo Rosario!
(Radiomensaje al Congreso Mariano, Nacional de Filipinas, 5-XII-1954).
El rosario en familia, el Angelus, la invocación a María al comenzar las obras: tres devociones de auténtico cuño cristiano, todas tres practicadas por el fiel pueblo colombiano, que, fiel a las tradiciones que sus antepasados legaron a la Nueva Granada, sigue, siendo, como en otros tiempos, un pueblo, mariano e inquebrantablemente católico.
“En su nombre (de la Santísima Virgen) ponían el pie en el estribo vuestros abuelos, mirando a la cima que habían de pasar, invocando a la que saludaban los caminantes al cruzarse en el sendero, perdido acaso en el bosque; con la salutación angélica ungían tres veces su jornada aquellos hombres fuertes que os precedieron; en el clásico hogar colombiano, lo mismo en la ciudad que en la aldea, o en la hacienda, se ha santificado siempre el final de la jornada con el Santo Rosario, entonado reciamente por el jefe de la familia y respondido por todos los de la casa, familiares y criados. Y ahora, reunidos en Congreso Mariano nacional; para honrar y coronar a la Virgen del Carmen, estáis proclamando que Colombia es siempre Colombia, es decir, mariana, y, por consiguiente inquebrantablemente católica”.
(Radiomensaje al Congreso Mariano Nacional de Colombia, 16-VII-1946).
Un postrer texto mariano de Pío XII -el Papa de la Asunción y del Inmaculado Corazón de, María-, que dará fin a este capítulo. La palabra del Sumo Pontífice nos dejará ciertamente una gran idea de la admirable estabilidad con que se asentó, en tierras de América, la devoción a la Santísima Virgen, iniciada por los conquistadores españoles. América es hoy—gracias a los gestores de la grandiosa empresa—“eminentemente mariana” en el conjunto de su población.
“Entre los afortunados, que en aquellas jornadas memorables dieron con los caminos que traían a la Ciudad Eterna, estaban también los, representantes de Colombia, hijos de una América eminentemente mariana, que solamente entre sus más antiguas catedrales tiene, por lo menos catorce dedicadas a la Asunción, y entre ellas algunas tan famosas como las de Méjico, Santiago de Chile, Arequipa y el Cuzco…”
(Discurso a D. Luis Ignacio Andrade, nuevo embajador plenipotenciario de Colombia ante la Santa Sede, 14-XI-1950).
25 lunes Mar 2019
Posted in Mostacicas
Don Manuel
* El mundo necesita la alegría, la pureza, la ternura, de las mujeres.
* La democracia es una Sociedad Anónima y Limitada. Muy limitada.
* Yo debo ser más tonto que capirote: Creo en la realidad creada por Dios.
* No es libertad decir lo que me da la gana. La calumnia grave es pecado mortal.
* No ayudamos a la salvación eterna de las almas si no rezamos y sacrificamos por ellas.
* En mi pueblo decimos: «Nadie muere la víspera». Hay que estar siempre preparados, siempre en gracia de Dios.