Publicado por manuelmartinezcano | Filed under Imagén - Contracorriente
Virgen del Carmen
13 jueves Jun 2019
13 jueves Jun 2019
13 jueves Jun 2019
Posted Mojones
inMontserrat
Un serio estudio histórico nos podría ayudar a encontrar una salida de esa jungla, pero tendremos que luchar contra muchos obstáculos contemporáneos. El relativismo dominante, que conspira contra la posibilidad de una síntesis basada en principios permanentes, es un obstáculo a dar sentido de unidad objetivo a la realidad contemporánea. Ese relativismo ha entrado en la Iglesia, como denunciaba el cardenal Ratzinger y como puede ver cualquier observador objetivo de la realidad contemporánea. (Mons. Ignacio Barreiro Carámbula – Verbo)
Octavio Paz, que en estas cuestiones hila muy delgado, ha visto que la consecuencia de esta inversión del radicalfascismo es la inversión del bolchevismo. Esa inversión del bolchevismo consiste en que “los herederos de los rebeldes juveniles de los años sesenta son las bandas terroristas de los setenta”. (Aquilino Duque – Razón Española)
Queremos también que, como vínculo entre el elector y el elegido, exista el mandato imperativo. Ya sé yo que contra el mandato imperativo han esgrimido sus armas las escuelas doctrinarias; ya sé que contra él dicen que resuelve antes de discutir, y que con eso, en cierto modo, se mata el régimen parlamentario. (Juan Vázquez de Mella – El Verbo de la Tradición)
Oh Dios Eterno, Bondad misma, inconcebible en Tu misericordia por ninguna mente humana ni angélica, ayúdame, una niña débil, a cumplir Tu santa voluntad, tal y como me la das a conocer. No deseo otra cosa que cumplir los deseos de Dios. He aquí, Señor, mi alma y mi cuerpo, mi mente y mi voluntad, mi corazón y todo mi amor y dispón de mí según Tus eternos designios. (Santa María Faustina Kowalska – Diario – La Divina Misericordia en mi alma)
El propio Gambra, siguiendo las observaciones de Aristóteles, sostuvo la verdad: partiendo de la unidad substancial del ser humano y de su natural sociabilidad, se debe decir que la sociedad es fruto de la humana naturaleza, por lo que toda sociedad lleva “el sello del espíritu y, con él, de la moralidad”, porque la naturaleza humana se caracteriza por el obrar libre y finalista. Lo que comporta una refutación del voluntarismo contractualista al tiempo que una fundamentación realista de la sociedad política. (Juan Fernando Segovia – Verbo)
Una sociedad no puede basarse en rupturas. La comunidad humana sólo tiene dinamismo y vida si está estructurada. La estructura de la vida interpersonal deben crearla los hombres con esfuerzo y responsabilidad y con el entusiasmo que infunde el servicio a una gran tarea que desborda en valor todo interés individualista, por fuerte que parezca. Las personas formadas saben establecer las debidas prelaciones con libertad interna frente a las apetencias personales. (Alfonso López Quintás – Manipulación del hombre en la defensa del divorcio)
Y todo esto es pura intransigencia en el verdadero amor, y por esto es suma caridad, y los tipos de esta intransigencia son los héroes más sublimes de la caridad, como la entiende la verdadera Religión. Y porque hay pocos intransigentes, hay en el día pocos caritativos de veras. La caridad liberal que hoy está de moda es en la forma el halago y la condescendencia y el cariño; pero es en el fondo el desprecio esencial de los verdaderos bienes del hombre y de los supremos intereses de la verdad y de Dios. (Sardá y Salvany – El liberalismo es pecado)
13 jueves Jun 2019
Posted P. Manuel Martínez Cano
inPadre Manuel Martínez Cano, mCR.
El Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática sobre la Iglesia proclama la universal vocación a la santidad: «El Señor Jesús, divino Maestro y Modelo de toda perfección, predicó la santidad de vida, de la que Él es autor y consumador, a todos y cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt. 5, 48). Envió a todos el Espíritu Santo, que los moviera interiormente para que amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mc. 12, 30) y para que se amen unos a otros como Cristo los amó (cf. Jn. 13, 34; 15, 12).
Los seguidores de Cristo, llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propias obras, sino por designio y gracia de Él, en el Bautismo de la fe han sido hechos verdaderamente hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo, realmente santos; conviene, por consiguiente, que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida con la ayuda de Dios.
Para alcanzar esa perfección, los fieles, según la diversa medida de los dones recibidos de Cristo, deberán esforzarse, para que siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como brillantemente lo demuestra en la historia de la Iglesia la vida de tantos santos».
En su tercera visita a España, en el marco de la V Jornada Mundial de la Juventud, San Juan Pablo II dijo: «¡No tengáis miedo a ser santos! Esta es la libertad con la que Cristo os ha liberado (Gal. 5, 1). No como la libertad que prometen con ilusión y engaños los poderes de este mundo: una autonomía total, una ruptura de toda pertenencia en cuanto creaturas e hijos, una afirmación de autosuficiencia, que nos deja indefensos ante nuestros límites y debilidades, solos en la cárcel de nuestro egoísmo, esclavos del espíritu de este mundo, condenados a la «servidumbre de la corrupción» (Rom. 8, 21).
¿Sentís la fuerza del Señor para haceros cargo de vuestros sacrificios, sufrimientos y «cruces» que pesan sobre los jóvenes desorientados acerca del sentido de la vida, manipulados por el poder, desocupados, hambrientos, sumergidos en la droga y la violencia, esclavos del erotismo que se propaga por doquier?…
Sabed que el yugo de Cristo es suave. Y que sólo en Él tendremos el ciento por uno, aquí y ahora y después la vida eterna… ¡No tengáis miedo a ser santos!».
Ser santos. ¡Hermoso, sublime ideal! «Dios nos eligió antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante Él en el amor» (Ef. 1,4).
San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, cuyos religiosos profesan los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, en su meditación del Reino de Cristo, llama a los ejercitantes a la santidad: «Ver a Cristo, nuestro Señor, Rey eterno, y delante de Él todo el universo mundo, al cual, y a cada uno en particular, llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre, por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria”.
El trabajo a que llama San Ignacio es luchar contra las afecciones desordenadas propias para alcanzar la santidad y así conquistar todo el mundo para Cristo. Los ejercitantes que de verdad quieran ser santos dirán a Jesús: «Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda, delante de vuestra Madre gloriosa y de todos los santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado».
Imitar a nuestro Señor Jesucristo, he ahí el secreto de la santidad.
Para imitar a Jesucristo debemos meditar profundamente el Evangelio y tener largos ratos de oración con el Señor ante el sagrario. Todo el Evangelio es un ejemplo vivo, constante y espléndido de las virtudes que Jesucristo practicó y enseñó para nuestro provecho.
Jesús nos enseñó el amor infinito a su Padre celestial y a todos los hombres, que motivó su encarnación, pasión y muerte en la cruz.
Jesús nos enseñó la piedad para con su eterno Padre, familiares y amigos de la tierra; la religión con la que tributó a Dios el culto y honor debidos; el celo con que se consagró por entero a la gloria de su eterno Padre y a la salvación de las almas; la humildad con que «se anonadó a sí mismo» por amor de Dios y los hombres, «tomando forma de siervo» (Fil. 2, 7).
Jesús nos enseñó la obediencia con que se sometió -hasta la muerte- a toda autoridad y a toda ley; la compasión con que hizo suyos los males y miserias de la Humanidad y la misericordia con que procuró remediarlos; la diligencia con que se entregó a toda clase de trabajos sencillos y apostólicos, etc.
Si queremos ser santo tenemos que imitar las virtudes que practicó Nuestro Señor Jesucristo. «Christianus: alter Christus». El cristiano ha de ser otro Cristo.