El objetivo final de los estatutos autonómicos (2)

Francisco Canals

Jesucristo y las almas del purgatorioSi se hubiese querido conocer en sus fuentes y en su historia el nacionalismo catalán, se entendería la razón de ser de la voluntad de presencia en la política española de que hacen gala con frecuencia sus dirigentes, y que se empeñan algunos en interpretar como una garantía de la unidad de España. La mítica Cataluña de los nacionalistas quiere ser hegemónica en España, porque se cree especialmente, y aun exclusivamente, capacitada para modernizarla cultural y políticamente. El Estado español modernizado, europeizado, por la influencia del catalanismo político, reconocería por fin el derecho de Cataluña a su reconstrucción nacional y a su soberanía. Que ésta se realizase después por vía “confederal” en el contexto de los pueblos del Estado español es otro tema, aunque sea conexo; en todo caso no es una garantía tranquilizadora para la unidad de España. La mítica Cataluña soñada por los nacionalistas tiene necesidad de ejercer en España su propio “imperialismo”, como afirmaba Prat de la Riba.

Confederada o no con España, la reconstrucción nacional de Cataluña se conexiona intrínsecamente con el propósito de dar presencia internacional al “problema nacional” de Cataluña. Instrumento de esta internacionalización del problema catalán, que ya se intentó en Ginebra ante la Sociedad de Naciones, son las múltiples actividades de presencia cultural, viajes, hermanamientos de municipios o de universidades, presencia en ferias y exposiciones, etcétera, de que cada día tenemos noticia. Acertaba Emilio Romero al decir que algunas autonomías tienden a tener ya una propia política internacional. El insistente tópico del “europeísmo” de Cataluña apoya cotidianamente este propósito de que Cataluña sea vista en Europa y en el mundo como una nación dotada de su propia lengua, cultura, espíritu emprendedor económico y con derecho a configurar su propia soberanía política.

En el referéndum para la aprobación del Estatuto catalán, la consigna electoral fue qué el Estatuto era “una herramienta para construir Cataluña”. Algo transitorio y útil, no un fin en sí mismo, ni un término de llegada.

¿Podría dudar alguien de que para los nacionalistas vascos la “Vía estatutaria” no es sino esto, un camino hacia una meta a la que no se renuncia? Esta meta está guardada como en reserva en las disposiciones adicionales, que afirman que por la vía estatutaria no renuncia el pueblo vasco, la nación vasca, a “los derechos que le podrían haber correspondido por la historia”. Con esta irreal alusión a la historia se quería significar la autodeterminación “nacional”, y con ella el derecho a la independencia.

Quien piense que las afirmaciones del artículo de la Constitución que, antes de mencionar las “nacionalidades”, habla de la nación española y de la “patria” indivisa, contienen una garantía para el futuro unitario de España, se engaña a sí mismo voluntariamente. El “consenso” fue el método para la simultánea afirmación de tesis insalvablemente contradictorias. Quien desee que España se mantenga como unidad histórica, y no sólo administrativa o “estatal”, en el futuro, habrá de invocar ideales y valores superiores y anteriores a esta desintegradora Constitución, promulgada al día siguiente del Día de los Inocentes de 1978.

(REVISTA VERBO)