Una Epopeya misionera
Padre Juan Terradas Soler C. P. C. R
III
REPAROS QUE A ESPAÑA PUEDEN HACERSE EN SUS CAMPAÑAS POR LA HISPANIDAD (2)
Pero España resurgirá. No aludo a ningún mesianismo, ni a ningún espasmo de orden político o social. Resurgirá porque las fuerzas latentes de su espíritu, los valores que cien generaciones cristianas han depositado en el fondo del alma nacional, vencerán la resistencia de esta costra de escorias que la oprimen, y saldrá otra vez a la superficie de la vida social el oro puro de nuestra alma añeja, la del catolicismo a machamartillo, la del sentido de jerarquía, más arraigado en España que en ninguna otra nación del mundo, la de los nobles ideales, la que ha cristalizado en obras e instituciones que nos pusieron a la cabeza de Europa.
Cuanto a América, no es un amasijo. Lo fuera si sus elementos estuvieran destrabados. Si así fuera, perecería en el caos de luchas fratricidas, o sería aventada, en frase de la Escritura, como él polvo del camino. Pero América, con toda la complejidad de sus nacionalismos, de sus razas, de sus aspiraciones, de las facetas múltiples de su espíritu, se asienta en el subsuelo uniforme de la espiritualidad que hace cuatro siglos la inoculó la Madre España.
Y ahí tenéis, anticipándome a la prueba positiva de mi tesis, el factor esencial de la unidad hispanoamericana: el espiritualismo español, este profundo espíritu católico que, porque es católico, puede ser universal, pero que, matizado por el temperamento y la historia, por el Cielo y el suelo, por el genio de la ciencia y del arte, constituye un hecho diferencial dentro de la unidad de la catolicidad, y que se ha transfundido a veinte naciones de América. Vosotros conocéis el fenómeno geológico de éstas formaciones rocosas que emergen en la tierra firme de países separados por el mar, con iguales caracteres químicos y morfológicos, y que se dan la mano y se solidarizan por debajo las aguas de Océano. Esto ocurre con vuestra patria y la mía; las aguas de cien revoluciones y evoluciones han cubierto las bajas superficies, y hemos quedado, en la apariencia, separados; pero allá, en España, y acá, en América, asoman los picachos de esta cordillera secular que nos unifica: es la cordillera de nuestra espiritualidad idéntica; son los picachos, las altas cumbres de los principios cristianos, coloreados por el sol de una misma historia y que, a través de tierras y siglos, nos consienten darnos el abrazo de fraternidad hispana.
Yo no hablaría con la lealtad que os he prometido si no resolviera otra objeción. ¿Por qué, diréis, nos habla España de unificación en la hispanidad, cuando los hijos de España desgarran su propia unidad? Aludo, claro, al fenómeno de los regionalismos más o menos separatistas, que se han agudizado con nuestro cambio de régimen político y que pudieran dañar el mismo corazón de la hispanidad.
Pero este es pleito doméstico; pleito que tiene su natural razón de ser en lo que se ha llamado hecho diferencial, no de las razas hispanas, que no hay más que una, producto de veinte siglos de historia en que se han fundido todas las diferencias étnicas, de sangre y de espíritu, de los pueblos invasores, sino de cultura, de temperamento, de atavismos históricos; pero que se han agudizado por desaciertos políticos pasados y presentes y tal vez por la acción clandestina de fuerzas internacionales ocultas, que tratan, para sus fines, de balcanizar a España, rompiendo a la vez el molde político y religioso en que se vació nuestra unidad nacional.