Obispo José Guerra Campos (19)
NUESTRO OBISPO
El Cielo me ha concedido una gracia más, conocer de cerca al que fue obispo de la diócesis de Cuenca, Don José Guerra Campos. Siempre había oído hablar de su sabiduría, prudencia y santidad. Lo conocía por lo que otros decían de él.
El primer contacto personal fue en la clínica »Tres Torres» de Barcelona. Me quedé una tarde para hacerle compañía, aunque la compañía me la hizo él a mí. Empezamos a hablar del último examen que había realizado que había sido el de música. La puerta quedó abierta al diálogo, yo con mis pocas nociones y él redondeando e instruyéndome. Hasta me tarareó algunos himnos a los mártires en latín. Fueron dos horas de conversación, dos horas que fueron un instante pues el tiempo pasó fugazmente.
Su muerte fue para todos una sorpresa, dejándonos atónitos, pero al mismo tiempo fue motivo de alegría, porque el Señor quiso escoger nuestra casa para que un obispo santo entregara su alma al Altísimo y dejase la estela de santidad para que nosotros tomemos el relevo de todo aquello que él defendió: el honor de Dios, de la Iglesia, y de la España católica. Actualmente muchos utilizan a la Iglesia para promover sus políticas particulares olvidando lo principal: «La Mayor Gloria de Dios». Don José Guerra Campos no se sirvió de la Iglesia sino que la sirvió y luchó por una España cristiana, en la que los derechos de Dios deben estar por encima de todo.
Me tocó velar su cuerpo desde las tres y media hasta las cuatro y media de la madrugada. Sus restos mortales seguían hablándome e instruyéndome. Recuerdo perfectamente aquella noche: tres velas encendidas a cada lado del féretro; la luz apagada; sólo la luz de las candelas alumbraba la faz serena del cadáver. Mi mirada se fijó en su rostro. En aquel instante un remanso de paz invadió todo mi ser. Lo normal hubiera sido que yo hubiera pedido por él, pero pensé que lo mejor que podía hacer era pedirle un ápice de la sabiduría que Dios le había concedido, como Eliseo pidió a Elías una parte de su espíritu.
José Guerra Campos fue un profeta de los últimos tiempos, y fue apartado como fueron apartados tantos profetas. Apartado porque molestaba, porque decía la verdad, porque denunció los males actuales, tanto dentro como fuera de la Iglesia y, porque un profeta, no es bien visto en su tierra.
José Guerra Campos dijo «sí» a Dios, como la Virgen María en Nazaret: «hágase en mí según tu palabra». Y nosotros, ¿hemos dado nuestro «sí» a Dios? ¿Cuánto tardaremos en darlo? ¿Queremos ser fieles a la Iglesia Católica como Don José Guerra Campos? Hemos de vaciar nuestras casas de comodidades superfluas, vivir con espíritu de oración familiar, rezar juntos el Santo Rosario. Ser testigos de Cristo en este mundo que anda a la deriva. Ser imágenes vivas de la Virgencita de Nazaret en este mundo corrompido.