San Juan Bautista de la Salle, (Reims, 1651- Ruán, 1719) Santo, sacerdote y pedagogo francés. Ordenado en 1678, fue canónigo de la catedral de Reims y en 1682 fundó el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, congregación religiosa cuyo objetivo era proporcionar una educación cristiana gratuita a los niños pobres. De carácter dulce y humilde, pero firme, fue un original pedagogo. Escribió una Regla de meditación y algunos tratados de inspiración entre sulpiciana e ignaciana. Canonizado en 1900, fue proclamado patrón de los educadores en 1951.
Mossèn Manel
* España es un milagro moral histórico único. No hay nación que haya dado más gloria a Dios que España.
* “Cultivemos la cabeza y el corazón disciplinemos el esfuerzo, seamos más fuertes que los obstáculos y marchemos voluntariamente a lo interior” (Armonía Cartujana).
* “Me iría hasta el mismo infierno para decirle que le amo” (Madre María Félix).
* En su carta a los Gálatas, San Pablo les dice: “Si alguno se figura ser algo, cuando no es nada, él mismo se engaña”.
* El mal moral (el pecado), que proviene del abuso de la libertad, es esencialmente una negación de Dios y Dios no puede quererlo de ninguna manera. Dios permite el pecado porque respeta la libertad humana y porque por su sabiduría y poder infinitos sabe sacar bienes del mismo mal.
* Es mejor dotar a las personas de libertad, aunque puedan abusar de ella, que privarlas de los bienes que pueden merecer con el recto uso de la libertad. Sin libertad no podemos alcanzar la eterna felicidad del Cielo.
* “Todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rom 8, 28).
Tanto en Oriente como en Occidente se abre paso la tendencia de unificar la Liturgia. En Oriente se impone la liturgia de Constantinopla y en Occidente se introduce en todas partes, menos en Milán, la liturgia romana. En España se suprime la liturgia mozárabe en tiempos de Gregorio VII.
A la costumbre de las misas parroquiales, se unió la de las misas privadas, por lo que aumentaron los altares laterales en las iglesias. Las oblaciones que ofrecían los fieles fueron suprimidas por los estipendios de misas. Fue desapareciendo la costumbre antigua de comulgar frecuentemente. El concilio de Tours (813) impuso la obligación de comulgar por lo menos tres veces al año.
En Occidente empieza a usarse para la consagración el pan sin levadura. En varios concilios se urge la predicación en lengua vernácula. Se fue introduciendo el canto eclesiástico; en Oriente aparecen los primeros órganos en las iglesias.
La administración de los sacramentos se realizaba en la misma forma que el período precedente. Varios concilios, especialmente el de Aquisgrán (801), disponían que los sacerdotes llevaran consigo en los viajes el crisma, el óleo de los enfermos y la Eucaristía, por si se presentaba la ocasión de administrar los sacramentos del Bautismo, la Extremaunción o la Eucaristía.
Las indulgencias, para mitigar la penitencia, aparecen en el siglo XI. Benedicto IX (1033-1045) concede algunas indulgencias plenarias; lo mismo hizo Alejandro II (1065). Las indulgencias plenarias libraban de todas las penitencias impuestas por toda clase de pecados. Para beneficiarse de ellas se había de visitar una iglesia, confesar y dar limosna.
Además de los ritos sacramentales, aumentaron las bendiciones. Se bendecía a los Emperadores, reyes, príncipes, caballeros, familias, matrimonios, madre e hijo, peregrinos, comidas, bebidas, casas, cortijos, animales, frutos, espadas… Uno de los sacramentales más populares fue el agua bendita, que se remonta al siglo IX.
El concilio de Benevento (1091) prescribe la costumbre de imponer la ceniza el miércoles que precede al primer domingo de Cuaresma.
– DEVOCIÓN A LOS SANTOS Y A LA VIRGEN
Las fiestas de los santos calaron tan hondo en el pueblo y tuvieron tanto éxito, que algunos concilios prohibieron la celebración y veneración de nuevos santos. Era competencia sólo del obispo declarar cuando un cristiano debía ser considerado santo. La primera canonización propiamente tal, proclamada por el Papa Juan XV, tuvo lugar en un sínodo de Letrán, a finales del siglo X.
La veneración a la Virgen Santísima se propagó extraordinariamente. Se le dedicaron muchas iglesias y, desde el siglo XI, se celebra especialmente el sábado como día mariano.
San Pedro Damiano introduce en este tiempo el oficio de la Virgen, y aparece la costumbre de unir al Padrenuestro el Ave María; se compusieron muchos himnos a la Virgen, como Ave Maris Stella, Alma Redemptoris Mater y, sobre todo, la Salve Regina.
De esta veneración a la Santísima Virgen y a los santos, se originó un gran número de santuarios que se convirtieron en lugares de peregrinación. Sobresale Jerusalén, la tierra santificada por Jesús y la Virgen. Pronto fueron muy famosos los sepulcros de San Pedro y San Pablo en Roma.
Santiago de Compostela se convirtió en importantísima meta de peregrinación de toda la Cristiandad. Fueron venerados también los sepulcros de los otros Apóstoles y de los santos célebres, particularmente San Martín de Tours. Por este tiempo se escribieron muchas vidas de santos.
– INOCENCIO III
A pesar de las luchas del siglo XII, el prestigio del Pontificado se mantuvo a gran altura; con el Papa Inocencio III (1198-1216) el Pontificado llega a su apogeo medieval. La indiscutible autoridad moral de Inocencio III trascendía también a lo temporal.
Inocencio III procedía de una de las familias más nobles de la Campaña; en sus estudios se especializó en cuestiones de derecho; subió al Pontificado cuando tenía treinta y siete años; trabajó intensamente para conseguir el ideal a que había aspirado el Papa Gregorio VII.
El primer asunto que resolvió Inocencio III fue la reorganización y reconquista de los Estados Pontificios de Italia, que consiguió a finales del año 1198. Introdujo reformas trascendentales en la curia romana que acabaron con la falsificación de los documentos, verdadera plaga de este tiempo.