JEAN DUMONT, Historiador francés

ISABEL LA CATÓLICA, LA GRAN CRISTIANA OLVIDADA

LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA, ¿PATINAZO O PLAN ORGANIZADO? (VIII)

Programa lanzado desde 1788

Todo esto se encuentra confirmado y precisado en la masa reveladora de los panfletos publicados desde 1788 al principio de 1789. No encontramos más en esta masa que reverencia y adhesión a la monarquía y frecuentemente consideración, a veces incluso afectuosa, hacia la aristocracia (como ocurre de parte del futuro revolucionario Isnard). Pero se repiten sin descanso los ataques violentos e incluso groseros contra la Iglesia, el clero y las “mentiras religiosas”. A los curas de pueblo los califican groseramente de “palurdos educados y alimentados en el seno de la crápula”. Los miembros de las órdenes religiosas no son mejor valorados: “Son el escándalo de nuestras ciudades y nuestros campos, se hacen un juego con el adulterio, la sedición, los robos, e inundan sus odiosas guaridas con un torrente de iniquidad”. En cuanto a los obispos, “no alcanzan el episcopado más que por el crimen, lo ejercen solamente con el escándalo”. De todas maneras, ¿qué es el clero sino un “cuerpo que está en el Estado sin sostener al Estado, que reconoce como jefe a un extranjero frente al cual prefiere denominarse esclavo antes que reconocer que debe algo a su príncipe?”. En consecuencia, se hace un llamamiento, también aquí, a los príncipes, con el fin de “prohibir la entrada en sus Estados a estos soldados del Papa, a estas bandas de holgazanes que los roen y los desgarran”.

Y el programa es lanzado desde 1788 o principios de 1789, con precisión, de las medidas de destrucción del catolicismo que hemos visto puestas en práctica, como tarea prioritaria desde mediados de 1789 hasta 1792.

La usurpación de los bienes de la Iglesia es exigida: “¿Quién es el verdadero propietario de los bienes eclesiásticos? La nación”. Igualmente es exigida la extinción de las órdenes religiosas y la supresión del impuesto de la Iglesia, el diezmo. “Todos los monjes y religiosos de ambos sexos serán suprimidos como parásitos devoradores de los bienes de la Nación; lo mismo ocurrirá con el diezmo eclesiástico, como destructor de la agricultura, primera rama de las riquezas nacionales”. Porque, “una vez que los eclesiásticos habían adquirido la confianza del pueblo por sus hipocresías y el fanatismo crédulo que infundían en las almas, el velo se levantó: reconocieron que las mentiras religiosas no se podían mantener sin riquezas”. Lo que va a ser la Constitución civil del clero, también es reivindicado, programado: “La elección de los obispos pertenece a la Nación”. Los reveladores textos que acabamos de citar los hemos sacado de dos panfletos que no se encuentran en la Biblioteca Nacional de París y que, por lo tanto, son desconocidos por los historiadores: La Iglesia galicana, fechado el 10 de marzo de 1789, y El diablo en el agua, bendita, igualmente de la primavera de 1789.