JEAN DUMONT, Historiador francés
ISABEL LA CATÓLICA, LA GRAN CRISTIANA OLVIDADA
LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA, ¿PATINAZO O PLAN ORGANIZADO? (IX)
La predilección del odio
Cómo extrañarse de que, consecuentemente, la violencia se desencadenara desde esta primavera de 1789 contra la Iglesia, antes incluso y con mayor fuerza que contra la monarquía y la nobleza. Los días 24 y 25 de junio de 1789 esta violencia no había apuntado en absoluto al rey ni a los aristócratas como tales; pero al obispo de Beauvais casi lo habían matado a golpes, y el arzobispo de París, un modelo de caridad atenta, fue apedreado, y solamente debió su salvación a la velocidad de los caballos de su carruaje. El 13 de julio de 1789, antes, pues, de la toma de la Bastilla, las bandas autodenominadas “patrióticas” habían tomado, pillado y en parte destrozado la casa religiosa de San Lázaro, en el barrio de Saint Denis, fundada por San Vicente de Paul y asociada allí a la casa madre de las Hijas de la Caridad, “verdadero centro de asistencia pública” para toda Francia. En la misma noche del 14 de julio, el cronista —-reportero Restif de la Bretonne— se encontró a punto de ser masacrado, porque lo confundieron no con un aristócrata sino con un sacerdote. El 9 de octubre de 1789, el abad Grégoire constataba ante la Asamblea: “No hay un solo día en que los eclesiásticos no sean insultados en París”.
Y si damos un salto hasta abril de 1791, fecha de la entrada en vigor de la programada Constitución civil del clero, podemos constatar que arpías y brutos revolucionarios forzaron entonces las puertas de los conventos femeninos de París, y se entregaron a múltiples atentados sobre las religiosas: las pegaron, las flagelaron hasta ensangrentarlas e incluso matarlas. Ahora bien, ni entonces ni más tarde, ni en París ni en ningún otro lugar, lo que se llamaba entonces “el pueblo” se puso a flagelar, a golpear sistemáticamente a las mujeres de la aristocracia, que se encontraban tan tranquilamente en su lugar, como fueron golpeadas y flageladas las religiosas. La predilección del odio manifestaba la verdad de los espíritus y de los corazones.