La madre del Padre Hermann, a pesar de las repetidas insistencias de su hijo, permaneció judía y murió, aparentemente al menos, en completa obstinación.
El pobre Padre Hermann, desolado, fue un día a confiar su pena al Santo Cura de Ars. ¡E hizo bien! Porque el hombre de Dios le tranquilizó al instante, y le dijo que un día de la fiesta de la Inmaculada Concepción recibiría una carta que le proporcionaría grandes consuelos. Era esto más que suficiente para calmar las inquietudes del humilde religioso y llenarle de alegría. Sigue leyendo