padre-albaRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 197, enero de 1995

Retrato interior

La fotografía interior de un joven de nuestra Asociación es tridimensional, porque tiene la dimensión de la piedad, de la confianza y de la abnegación. Esas dimensiones interiores dan la explicación visible de la personalidad espiritual de un joven de la Inmaculada y de San Luis Gonzaga.

Los apóstoles, antes de la venida del Espíritu Santo, amaban sin duda al Señor, pero no se sentían con aliento para seguirle al Calvario, a la Cruz. Sin embargo, ya desde el comienzo de su discipulado, le amaron lo bastante para dejar a sus familias, a su patria, y llevar con Jesús una vida pobre y trabajosa, en medio de luchas y persecuciones. No eran aun unos héroes, pero sentían hacia el Divino Maestro la veneración y ternura que les mantenía fieles a Él. Esa veneración, respeto, ternura, amor de corazón es lo que llamamos piedad.

El trato diario y cargado de fidelidad y exactitud con el Señor, en los actos que llamamos de piedad nos va acercando más y más a Él, y nos va dando la desgana, la antipatía hacia las cosas del mundo.

Fruto de la verdadera piedad es la confianza y seguridad en todas las situaciones de la vida, aun en medio de los mayores peligros. Rodeados estamos de lazos y asechanzas: la carne en perpetua rebeldía, la imaginación con terribles angustias e inquietudes, las pasiones haciéndose eco de las excitaciones externas. Pese a todo, se levanta una seguridad interior inmutable, en lo referente a la propia salvación. Sí, las promesas del Señor, la tierna devoción a la Virgen María, la vida de piedad sinceramente vivida son prenda segura de salvación. Así nuestra alma se siente siempre acompañada por el dulce Huésped que le comunica su paz divina y el saber que nunca será abandonada sola.

Cuando la piedad y la confianza se desarrollan en almas magnánimas, como deben ser las de los jóvenes de nuestra Asociación, entonces se pierde en ellos el temor al sufrimiento y a la humillación. Al mismo tiempo nace en el alma una generosa abnegación del propio criterio y del olvido propio, que conducen en derechura a la libertad interior plena, para querer solamente dar gusto a Dios.

Esa triple dimensión es la piedra de toque de nuestro avance espiritual en la oración y el apostolado.

Cuando a San Ignacio le ponderaban que alguna persona era de mucha oración respondía: “Será de mucha mortificación.”

Piedad, confianza y abnegación. Ésas han de ser las señales de un hombre interior.