SAN JUAN PABLO II y D. JOSÉ GUERRA CAMPOS

Obispo José Guerra Campos (17)

EN LA PAZ DE LA MUERTE

Leyendo estos días la vida del P. Rubio S.I., quedé bloqueado ante la frase que encabeza estas letras. Han tenido el efecto de bálsamo para dar respuesta a una pregunta que tenía pendiente y que me han permitido enlazar aquellas ideas que por mi cabeza rondaban para honrar la memoria de don José Guerra Campos, agradeciendo con ellas los beneficios obtenidos de su persona.

Ante el cuerpo presente de don José, me sentía imposibilitado de abandonar su presencia. La paz de su muerte me atraía de tal manera que permanecí inmóvil junto a él. Esta situación la había ya experimentado con mi hijo Ángel María (falleció al día siguiente de su nacimiento), y en los sepelios de Alberto Rodríguez de Mier y de Mn. Ricart. Esa presencia natural de la paz en la muerte es la que contempló don José María Rubio ante la Beata Vicenta María Vicuña, presencia que tanto bien espiritual le reportó en esos momentos ante aquellos sagrados restos.

Durante el tiempo que estuve en la sala mortuoria, junto a don José, venían a mi mente detalles que me unían indirectamente a su persona. Recordaba cuántas veces leí entre líneas deprisa y corriendo su magisterio en las páginas de Meridiano Católico, que ahora he querido saborear con la serenidad y atención que requieren, pues ofrecen esos criterios firmes en tan variados temas de vital importancia en nuestra sociedad actual. Su actitud valiente, fiel, que le costó el desprecio de los suyos y que después de su muerte las aves de rapiña han utilizado en los medios de comunicación para desautorizar su obra y su fidelidad a la Iglesia. Poner en evidencia su fidelidad al Vicario de Cristo y al Magisterio de la Iglesia sólo puede entenderse por la miopía enfermiza de quienes no aman a la Iglesia de Jesucristo, y utilizar su postura ante la personalidad de Franco lo es de aquellos que han desterrado la palabra Patria de su vocabulario y son capaces de arrastrarse y vender la memoria de quienes le dieron la vida.

Tengo bastante ignorancia de la obra de Francisco Franco, a pesar de la admiración que me ha suscitado lo poco que conozco directamente, pero sé que en don José esa ignorancia no existía y conocía bien las virtudes y defectos del Generalísimo y que su reconocimiento no era injustificado, especialmente mantenido en esta época de persecución, de traiciones y descalificaciones por parte de los que perdieron el respeto de los suyos y, que sólo por un poder temporal que han alcanzado sin mérito alguno, se creen con derecho, a pesar de su ignorancia, de despreciar la integridad de una persona intelectualmente (que nos es más fácil de reconocer) muy por encima de la mayoría del Episcopado Universal. Quien tenga dudas, que se lo pregunte a cualquiera que haya tenido la dicha de estar presente en sus conferencias, especialmente los obispos que acudieron al Concilio Vaticano II.

En estos tiempos en que los historiadores parecen haberse quitado el miedo a defender aquello de lo que injustamente ha sido y es culpada la Iglesia, tengo el consuelo de poder leer

un día la biografía de este insigne obispo de Cuenca y ver contestadas todas estas injurias que pretenden ennegrecer el modelo de vida que nos presenta. Un modelo que no debe ser olvidado por aquellos que deseen mantenerse en pie durante esta tempestad, que tiene por objetivo arrancar de la sociedad todo resquicio de Cristiandad.

¿Qué fruto espiritual he recibido en particular durante estos días de estancia entre nosotros del Sr. Obispo? El recuerdo de su deseo de pasar una convalecencia junto al calor de la familia. Una familia que no es otra que la de la Unión Seglar de San Antonio María Claret. Como decían los fieles del pueblo de Estremera, cuando recibieron la noticia de que su nuevo párroco sería el Padre Rubio, » … una bendición del Cielo». ¿Por qué accedió a pasar entre nosotros estos días? A mí me conforta pensar que fue gracias al testimonio que recibió por parte de los Padres que estuvieron en La Peraleja. Su celo apostólico y su fidelidad al ministerio de sacerdotes de Cristo dieron al Sr. Obispo el modelo pastoral para los sacerdotes que a él acudían pidiendo consejo sobre la pastoral a seguir para devolver a sus fieles la vida de sacramentos. ¿Quizás pensó que el ambiente donde se habían formado esas vocaciones sería el adecuado para encontrar el descanso que necesitaba? La víspera de San Juan, cuando fuimos a celebrar la verbena en el Colegio varias familias, respondiendo a la invitación que se nos hizo en el último Cenáculo, encontré a faltar la presencia de don José. Quedé con cierta pena pensando que no pudo disfrutar del ambiente familiar y festivo que reinó esa noche. También le eché en falta en el primer Retiro que tuvo la Asociación recién llegado a Sentmenat. De hecho, he tenido esta misma sensación en varias ocasiones, tenía ansia de degustar sus palabras en el calor de nuestra familia. Familia cristiana a la que él confió sus últimos días y a la que tantas veces defendió del ataque de sus enemigos, porque conocía los objetivos que buscarían hasta lograr la descristianización de España y de la Civilización Cristiana. Pero su esperanza, y creía firmemente en ella, estaba en la familia cristiana, pues, como expresó el P. Vallet, es la única institución que puede salvar a la sociedad de su demolición, es la única de la que puede recogerse la semilla que ha de recristianizarla, la única que es capaz de transmitir ese amor, justicia y sacrificio tan necesario para la restauración de esta generación que rinde culto al odio, al egoísmo y a la sensualidad. Las mismas palabras que San Juan Pablo II nos exhortan a mantener alta la dignidad de la familia y nos fortalecen ante la necesaria misión que nos encomienda «El futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia» (14/9/95).

Como padre de familia acepto esa responsabilidad teniendo presente las palabras del P. Vallet. Para que la semilla de la educación y de la fe depositada en los hijos dé su fruto, en los que se fundamenta el éxito de la restauración cristiana de la civilización, es necesario que encuentren una coherencia de vida en su hogar. Si ésta no se da, la labor será prácticamente estéril. Los padres debemos examinarnos y reformar nuestra vida. Nosotros tenemos el medio que señala el P. Vallet para ello: los Ejercicios Espirituales. También tenemos los medios para perseverar en los propósitos de este cambio de vida y, gracias a Dios, por medio de don José Guerra Campos, de la referencia fiel en los fundamentos naturales y divinos que nos permitirán alcanzar esa civilización que, como señaló San Pío X, no está por inventar en las nubes, porque ha existido, porque existe en nuestras familias, porque existe en nuestra Unión Seglar. Es la Civilización Cristiana, es la Ciudad Católica, es la que nuestro Santo Obispo quiso elegir en la paz de la muerte para entrar en la eterna presencia de Dios, Nuestro Señor.

Fernando García Pallán