Recapitulada por el P. Cano
– CAUSAS DE LA RÁPIDA PROPAGACIÓN DEL CRISTIANISMO
La causa principal de la rápida propagación del Cristianismo fue la misma fuerza de la verdad. El Cristianismo se presentaba como revelación divina, con fuerza arrolladora, frente a los mitos y las fábulas absurdas del paganismo. La elevación y belleza de las soluciones que presentaba a las cuestiones fundamentales que preocupaban a la humanidad, comunicaban al cristianismo un atractivo especial.
Como segunda causa de su rápida difusión puede señalarse la elevada moralidad de los cristianos; su excelente conducta privada y pública. Sobre todo el amor que profesaban al prójimo, virtud desconocida entre los gentiles.
Especial atractivo para los gentiles era la doctrina cristiana de la dignidad humana, particularmente el respeto y la elevación del pobre y del esclavo, de la mujer y de todos los débiles y oprimidos.
Los milagros y carismas de los primeros cristianos impresionaban vivamente a los paganos, y la fuerza irresistible del heroísmo de los mártires, movió a muchos gentiles a convertirse al Cristianismo.
– CONVERSIÓN DE SAN PABLO
La primera noticia que tenemos de Pablo es la de que, siendo joven, guardaba las capas de los que martirizaron a San Esteban. Nació en Tarso de Cilicia, judío de la tribu de Benjamín; fariseo, hijo de fariseos; de formación judía, discípulo de Gamaliel, rabbí de Jerusalén. Como ciudadano romano, poseía una formación helenística completa.
Ferviente defensor de la Ley mosaica, Pablo odiaba apasionadamente a los discípulos de Cristo a quienes perseguía a muerte. Incluso consiguió la autorización para arrasar la joven Iglesia de Damasco. En el camino hacia Damasco se sintió repentinamente cegado por una luz celestial que le derribó al suelo, mientras oía una voz que le decía: »Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él respondió: ¿Quién eres, Señor? »Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer» (Hch 9, 3-6).
Saulo, ciego, fue guiado por expreso mandato del Señor al jefe de la Iglesia de Damasco, Ananías, que le devolvió la vista, lo bautizó y lo presentó a la comunidad como nuevo cristiano.
Después de su conversión, Pablo se retiró unos tres años al desierto de Arabia. Allí se preparó para la gran obra de la evangelización de los gentiles. Su primer campo de apostolado fue su ciudad natal, Tarso; de allí pasó a Antioquía, atendiendo a la llamada de Bernabé, a quien ayudó a organizar aquella importante comunidad cristiana el año 41 o 42. Dos o tres años después, Pablo y Bernabé recibieron la consagración episcopal.
– PRIMER VIAJE APOSTÓLICO DE SAN PABLO
Por orden expresa del Espíritu Santo, Pablo y Bernabé dejaron Antioquía de Siria (año 46) para iniciar una campaña de evangelización por tierras gentiles. Les acompañó San Marcos, futuro evangelista. Embarcaron rumbo a Chipre, donde ya existía una comunidad cristiana.
En Páfos convirtieron al procónsul Sergio Paulo (Hch 13, 11). Navegaron después por las costas de Asia Menor y llegaron a Perge de Panfilia, donde se les separó San Marcos. Pablo lo sintió vivamente. Con Bernabé se dirigió a Antioquía de Pisidia, de donde caminó a Iconio, Listra y Derbe de Licaonia.
San Pablo predicaba a los judíos en sus sinagogas; les anunciaba el cumplimiento de la Ley en Cristo, como el Mesías anunciado por los profetas. Rechazado siempre en todas las sinagogas, se dirigía a los gentiles, que quedaban admirados de su elocuencia.
Al frente de las nuevas comunidades cristianas que se iban formando, Pablo colocaba a presbíteros (Hch 14, 22). Hacia el año 49 Pablo estaba de nuevo en Antioquía de Siria.
– CONCILIO DE JERUSALEN
La llegada de Pablo a Antioquía fue providencial. Hacía tiempo que se venía discutiendo entre los cristianos, áspera y vivamente, si los gentiles convertidos al Cristianismo debían cumplir la Ley de Moisés y circuncidarse. Los cristianos originarios de Jerusalén querían imponer esta doctrina a los cristianos de Antioquía y éstos no lo aceptaban; así empezaron los altercados. Pablo captó perfectamente la gravedad del problema y marchó con Bernabé a Jerusalén, donde se celebró un concilio para resolver este asunto. Al concilio asistieron los Apóstoles y los presbíteros de la ciudad.
San Pablo expuso el problema y su propia opinión que era la de que los gentiles no estaban obligados a guardar la ley de Moisés y circuncidarse. Los judíos cristianos expusieron también su opinión contraria a la de Pablo. Los Apóstoles y presbíteros, con la inspiración del Espíritu Santo, decidieron que a los conversos del gentilismo no les obligaba ningún precepto de la ley de Moisés. Pedro, como jefe supremo de la Iglesia, lo proclamó con toda su autoridad.
Este fue el primer concilio de la Iglesia, celebrado en el año 49 o 50 (Hch 15, 1-33).