D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
«Soy incapaz de adivinar cuánto tiempo durará entre los católicos la locura actual. Por el momento, abunda la literatura sobre el ecumenismo; pero, en realidad, la crisis doctrinal católica es, al presente, un terrible obstáculo para el ecumenismo. El año pasado, día de sábado Santo, tenía a mi mesa a un pastor protestante de Holanda, que me aseguraba que sus feligreses holandeses, protestantes, no tenían idea alguna de los interlocutores con quienes pudieran dialogar, pues no pueden discernir quién representa la doctrina católica. Y recientemente, si no me equivoco, un profesor ortodoxo griego se expresaba exactamente en el mismo sentido en un artículo publicado en un boletín del patriarcado serbio.
«Pienso que un día nuestros católicos volverán a la razón. Pero, ¡ay!, me parece que los obispos, que han obtenido muchos poderes para ellos mismos en el Concilio, son muchas veces dignos de censura, porque, en esta crisis, no ejercen sus poderes como deberían. Roma está demasiado lejos para intervenir en todos los escándalos, y se obedece poco a Roma. Si todos los obispos se ocupasen seriamente de estas aberraciones, en el momento en que se producen, la situación sería diferirme. Nuestra tarea en Roma es difícil, si no encuentra la cooperación de los obispos”.
«En fin, veremos qué acogida se le reserva a la declaración de nuestra congregación sobre la Encarnación y la Santísima Trinidad. Usted conoce las aberraciones que se propagan, tanto en publicaciones teológicas como en catecismos”.
«En este día de Pascua, le deseo, con todas las bendiciones, la perseverancia en el combate”.
«Muy sinceramente suyo, Franjo, cardenal Seper”.
Hasta aquí, la carta del prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. No necesita comentarios.
Seper evoca un hecho histórico del siglo IV. En el primer concilio universal, el de Nicea, los obispos proclamaron, frente a los arrianos, el dogma de la divinidad de Cristo. Pero después, durante un increíble período de confusión, no pocos teólogos intentaron acomodarse a las teorías de moda en el mundo; gran número de obispos comenzó a contemporizar con ellos; fueron arrinconados los defensores de la fe: innumerables asambleas y concilios regionales se dedicaron a producir fórmulas ambiguas, con las que se intentaba en vano contentar a todos, a costa de la verdad. EI pueblo permaneció fiel al Credo de Nicea, que todavía recitamos en la Santa Misa.
Este hecho, impresionante y aleccionador, quizá debería ser explicado. No hay tiempo. Quedémonos por hoy con las palabras de advertencia y estímulo del cardenal Seper, en las que resuena la voz del Papa, quien día a día nos repite el aviso del apóstol San Pedro: «Vigilad…, permaneced firmes en la fe» (3).
(7 de agosto de 1972.)
NOTAS:
(3) 1 Pe. 5, 8-9.