

Recapitulada por el P. Cano
– EL CRISTIANISMO FUERA DE EUROPA
Dos causas influyeron decisivamente para que la Cristiandad occidental dirigiera su atención a la evangelización de las regiones paganas del Asia y del norte de África: el conocimiento adquirido de estos territorios por los cruzados y las grandes conquistas de los tártaros y mongoles, que amenazaban con la destrucción del Cristianismo.
Misioneros nestorianos habían introducido el Evangelio en diversas regiones de Asia y organizaron comunidades cristianas en la India y en China en el siglo XI; convirtieron al jefe tártaro Karaita, a quien siguió buena parte del pueblo.
Los mongoles destruyeron las comunidades nestorianas. El Papa Inocencio IV envió misioneros franciscanos y dominicos, entre los que se hicieron famosos Juan de Piano del Carpine y Guillermo de Ruysbroek (1245-1255). Pero el que obtuvo mejores resultados fue Juan de Montecorvino (1291), que marchó a la China movido por los relatos que el comerciante veneciano Marco Polo había escrito recientemente.
Tras el descubrimiento del imperio mongol y los desórdenes que se siguieron, el Cristianismo fue desapareciendo.
Desde que los musulmanes conquistaron el norte de África, nadie había intentado la reevangelización. San Francisco de Asís fue el primero que se dirigió en 1219 al sultán de Egipto, El Camil, pero sin resultado alguno; el año 1220 envió cinco misioneros franciscanos que recibieron bien pronto la palma del martirio en Marruecos. En 1223 el Papa Honorio III envió misioneros dominicos a estos mismos territorios; más tarde llegaron los minoristas a Aguellas (1237) y Lupus (1246).
Durante todo el siglo XIII franciscanos y dominicos trabajaron en la evangelización de Marruecos. Merece especial mención el Beato Raimundo Lulio, que fundó un colegio misionero en Palma de Mallorca y predicó en Túnez en el año 1292. Raimundo Lulio murió el año 1315, apedreado por los muslimes.
– ORÍGENES DE LAS CRUZADAS
El entusiasmo religioso de la época y el prestigio del Pontificado hicieron posible aquellas expediciones religioso-militares llamadas Cruzadas.
Se inician a fines del siglo XI y se prolongan durante los siglos XII y XIII. Su fin era, la conquista de los Santos Lugares en poder de los turcos, y asegurar así el respeto y la libertad de la Iglesia y de los cristianos en Tierra Santa.
Las Cruzadas se predicaban en nombre de la Iglesia. Sus principales promotores fueron los Papas, quienes concedían indulgencias a los cruzados. El primer Papa que concibió la idea de organizar un ejército para liberar los Santos Lugares fue Gregorio VII, pero no lo pudo realizar.
El hombre destinado por la divina Providencia para entusiasmar a los cristianos occidentales y organizar los ejércitos de los cruzados fue Urbano II. Las victorias logradas por la Cristiandad contra los musulmanes en España fueron un detonante definitivo.
– PRIMERA CRUZADA
Ante la amenaza del turco, Alexio (Emperador de Bizancio) mandó mensajeros al concilio de Piacenza (1095) pidiendo ayuda. Urbano II se conmovió y promovió la Cruzada. El gran concilio de Clermont, del mismo año, encauzó el entusiasmo que habían despertado los predicadores de la Cruzada, Pedro el Ermitaño y el mismo Papa.
A las ardorosas palabras de Urbano II doscientos prelados, el pueblo y la nobleza, respondieron con el grito “Dios lo quiere” que sería la consigna de los cruzados. Innumerables príncipes se alistaron inmediatamente en el ejército de los libertadores de los Santos Lugares: el obispo Ademare de Puy, Godofredo de Bouillón y sus dos hermanos Balduino y Eustaquio, Roberto de Flandes Roberto de Normandía, Raimundo de Tolosa, Bohemundo de Tarento, Tancredo. El Papa les dio como distintivo una cruz roja sobre los hombros.
Los cruzados marcharon hacia los Santos Lugares el año 1096. Los diferentes ejércitos se unieron en Constantinopla; de allí pasaron a Antioquía, que tomaron a los turcos. En Pentecostés de 1099 el ejército estaba ya ante Jerusalén. El 15 de julio de aquel mismo año entran los Cruzados en la Ciudad Santa, al mando de Godofredo. Se había constituido el reino cristiano de Jerusalén.
Godofredo no quiso ceñirse la corona de rey, allí donde Cristo la llevó de espinas, sino que tomó el título de “Defensor del Santo Sepulcro”.
En Navidad de 1099 se celebró un concilio en el que se tomaron diversas medidas para la organización eclesiástica del nuevo reino. También quedaron establecidos los Estados cristianos de Edessa, Antioquía y Trípoli de Siria.