Recapitulada por el P. Cano

– CISTERCIENSES

La Orden del Císter fue fundada por San Roberto; había sido abad del monasterio benedictino de Tonerre. Junto con otros solitarios fundó el monasterio de Molestes; surgieron dificultades y marchó con varios discípulos fieles a la soledad de Citeaux (Cistercium), donde fundó un nuevo monasterio, base de la Orden cister-ciense, en el que pretendía restablecer en toda su pureza la Regla de San Benito. En vida del primer fundador la Orden no alcanzó gran desarrollo.

El sucesor de San Roberto fue San Alberico (1099-1109), que trazó el nuevo espíritu escribiendo sus Estatutos. El fundamento es la regla benedictina con innovaciones, como la distinción entre monjes propiamente tales y los conversos o legos; también cambió el color del hábito, de negro pasa a ser blanco. Desde entonces se distinguen a los monjes como monjes blancos y monjes negros.

Una enfermedad contagiosa amenazó con la ruina y desaparición de la Orden. Pero la divina Providencia preparaba ya al santo que iba a encauzar definitivamente la Orden. Fue San Bernardo de Claraval, que entró en Citeaux con treinta compañeros, entre ellos cuatro hermanos y un tío en enero del año 1112. El monasterio se rejuveneció y enfervorizó con la nueva savia. Su fama se propagó rápidamente, de tal manera que se comenzaron a levantar nuevos monasterios, dependientes de Citeaux.

Uno de estos monasterios fue Claraval (1115) del que fue nombrado superior San Bernardo, cuando sólo tenía 25 años. En Claraval comienza el santo su incomparable actividad que lleva al Císter a la cumbre de la vida monástica.

San Bernardo fue uno de los hombres más influyentes de su tiempo: consejero de príncipes y Papas, defensor de la ortodoxia contra la herejía, pacificador de un cisma papal, predicador de una Cruzada y uno de los mejores escritores de la Edad Media. Cuando murió había ya 348 monasterios fundados por el Císter. En 1300 eran 700, distribuidos por Francia, España, Italia, Gran Bretaña, Alemania, etc.

– CANÓNIGOS REGULARES

Los esfuerzos de los Sumos Pontífices para reformar el clero cristalizaron en las fundaciones de Canónigos Regulares, que emprendieron la reforma de los cabildos catedralicios y de otros eclesiásticos. Entre las veinte nuevas fundaciones se distinguieron los Premostratenses y los Victorinos.

El fundador de los Premostratenses fue San Norberto, de la diócesis de Xauten (Prusia). Siendo canónigo, vivió un tiempo una vida disipada. Ya convertido, vivía piadosamente y se dedicó a la predicación entre sus compañeros del clero.

San Norberto encontró gran oposición, incluso entre los obispos. Se retiró a Premostré, el año 1124; allí se le unieron muchos discípulos. Su ideal era la vida monástica unida al ministerio de las almas, pero no llegó a dar una forma definitiva a su obra.

El sucesor de San Norberto, el Beato Hugón, fue quien fijó el nuevo espíritu de la Orden, basado en la regla de San Agustín y el ideal de San Norberto. La vida de los nuevos religiosos tenía un doble aspecto: monacal y parroquial. Eran verdaderos monasterios y observaban ejemplarmente sus reglas.

Los Victorinos fueron organizados por Guillermo de Champeaux, profesor de París, en el retiro de San Víctor. Su sucesor les dio una Regla, basada en la de San Agustín. El obispo de París recibió muy bien a estos canónigos regulares y quiso introducir este espíritu religioso en el Cabildo de la Catedral, pero no pudo conseguirlo. Sin embargo, los Victorinos se fueron extendiendo por muchos lugares.