D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
Pidamos que todos los hijos de la Santa Iglesia, particularmente España, sepan ver como el mejor servicio que pueden ofrecer a los hombres, la valiente, la humilde, la agradecida fidelidad al don que han recibido, para hacer partícipes a los hermanos; que cese, dentro de la Iglesia, la vergüenza de no ser iguales a lo que gustaría a un sector del mundo; que se realice la gran palabra del evangelio de hoy, es decir, que las ovejas que se encuentren desorientadas, o dispersas sin pastor, hallen a su pastor, que es Cristo; que descubran esta presencia de Cristo encarnada en la Iglesia, y no la sustituyan por ningún valor especioso.
Pidamos que España, como comunidad temporal, prospere; que mejore con la cooperación y la unidad de todos los ciudadanos; que dé y que reciba en el concierto de las naciones, pero que tampoco se avergüence de aquellas diferencias, si las hubiere, que dimanen de su positiva fidelidad a Cristo; que no identifique el progreso hacia la unidad con la traición a Cristo; que en este país, mis queridos hermanos, luzca siempre la estrella para los que buscan al Niño, para los que necesitan desesperadamente encontrar al Niño.
La patria es algo más que una agregación de ciudadanos. La patria ejerce verdadera paternidad, y las generaciones venideras tienen derecho a heredar la fidelidad a Cristo, a recibir pan y alimentos integralmente nutritivos; no les demos escorpiones, piedras, serpientes.
Queridos hermanos, que esta fidelidad vigorosa, difícil, constante, pero siempre alegre, porque la luz de la estrella es el único manantial de gozo, que brilla en la noche, en el camino oscuro de los hombres sea preservada, protegida amorosamente, por Santa María, nuestra Madre, y que se mantenga a nuestro lado centinela perpetuo el gran apóstol Santiago, cuyo año santo acaba de abrirse en Compostela. Así sea.