Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 191, enero de 1995
En una hora escasa de camino, se llega de Nazaret a Cana. Es un descenso suave. La memoria se va en busca de Natael, el que era un verdadero israelita, en el que no había dolo. Él proclamó, el primero entre los apóstoles, que Jesús es el Mesías, el Rey de Israel. Pero sobre todo vimos con la fe, las palabras del primer milagro de Jesucristo, nuestro Señor.
En Caná se conserva el lugar de la boda a la que acudió Jesús y María, sus parientes y un grupo de apóstoles ya iniciados en el servicio de Jesucristo. Los franciscanos guardan con amor ese lugar sagrado. Hay en la cripta de la iglesia grandes tinajas de la misma factura que las de la época. Incluso una tinaja de piedra que se remonta a los primeros siglos cristianos, tal vez contemporánea de Jesús, instrumento de su milagro.
Allí el Señor bendijo el amor de hombre y mujer en el santo matrimonio, con un milagro portentoso en el que trasmutó las sustancias. A los dos años consagraría el amor virginal a Dios con otra transubstanciación infinitamente superior, en el milagro eucarístico de nuestros altares.
Gran misterio es el sacramento del matrimonio. Amarse toda la vida, con la fuerza de la gracia que transformará ese amor de la tierra en una caridad de elevación sin limitar en la gloria del cielo. Ante aquellas tinajas repletas de vino generoso, uno comprende la expresión de S. Pablo en los Efesios, al llamar al matrimonio misterio, como pequeña expresión de cuerpo místico de Cristo, que llenará en el crecimiento de los predestinados, los cielos de los cielos de millares de almas, la Iglesia triunfante.
Un matrimonio cristiano es un signo de dos predestinados. Es un nuevo Nazaret, y Belén, y templo, y cielo en la tierra. Por eso de los esposos cristianos ha brotado como un río la paz, la santidad en la tierra, el heroísmo anónimo, el más agradable a Dios, y la civilización cristiana que ha posibilitado que el hombre sea hombre, para ser también otro Cristo.
De Caná vienen los apóstoles, las vocaciones, las vírgenes, la conversión del mundo. Porque de Caná viene el amor que se trasmuta en caridad.
Rogué por la Unión Seglar tan bendecida por Dios con Santos matrimonios. Que vivan ellos en una permanente Caná, con el milagro diario de su templo doméstico. Que España, tan rica en la familia cristiana, vuelva a ser toda de Cristo, por la restauración de su heroica familia, fuente de todos los heroísmos de que es capaz el alma que creció en el amor a Cristo.