Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 193, marzo de 1995
En una lancha motora se embarca a los peregrinos para cruzar el mar de Galilea. El embarcadero está junto al lugar sagrado de la multiplicación de panes y los peces. La nave se adentra en el lago. A la media hora de navegación, equidistante de ambas orillas de oriente y poniente, se paran los motores. Uno de los peregrinos lee los fragmentos evangélicos evocadores de los hechos y palabras del Señor en aquellas aguas. El azul es intensísimo, profundo. Una brisa afilada del norte, obliga a los peregrinos a resguardarse. Se puede entonces buscar la soledad de la proa que cabecea rítmicamente. El sol en la altura. Es medio día.
Solo, en medio del mar de Jesús, resuena su voz en el espíritu interior. ¿Por qué temes? Cuántas veces el temor, paraliza tu actividad y anula tus energías. Ese temor proviene del amor propio. Te asusta el trabajo, el fracaso, el qué dirán. Es que confías en ti mismo, en tus fuerzas, en tus pobres fuerzas. Un día le dije a Pedro en este mismo escenario: “Mar adentro”. Piérdete en mi mar y al perderte en él entenderás lo que es olvidarse de los propios fracasos, de la desconfianza, del desaliento que nos ata a las costas de este mundo.
La causa de no lograr nada que engendra pereza y pesimismo, está en que has confiado en ti y en tus fuerzas. Pero no puedes prescindir nunca de Mí, porque sin Mí no podéis hacer nada. Nada. En cambio, conmigo lo puedes todo. Todo es decir ser santo; ser pescador de hombres.
Mira cómo me obedeció Pedro. Trabajó toda la noche sin fruto. Pero en mi nombre lanzó de nuevo la red que se llenó de pesca incontable. Sobre esta agua a mi llamada caminó con pie firme. Sobre esta agua se hizo en medio de la tempestad, símbolo de las angustia de las almas, la calma repentina que trajo mi poder. Ah, si tú supieras confiar y obedecer como Pedro. ¿Crees de verdad que ha disminuido mi poder? Te falta confianza y te falta obediencia. Te impresionan todavía tus debilidades como si tus pequeños cálculos fueran los que van a santificarte y a salvar las almas. Por ese camino tu trabajo es estéril.
Tienes que entregarte a mi obediencia y cerrar los ojos a los obstáculos reales o imaginarios que tienen que vencer para vivir según mi voluntad. Lánzate mar adentro, en mi nombre, apoyado en mi omnipotencia, sin vacilaciones, sin cálculos ajenos a mis palabras. Entonces verás tus rotas redes, llenar de pesca, colmadas de frutos. Entonces caminarás sobre las olas. Entonces verás, como se unen como el azul y el agua, la tribulación y la calma del alma, y entenderás que ese es el único modo de navegar a la salvación y santificación propia y de las almas redimidas.
Ahora se puso de nuevo el motor en marcha. En él venía también la voz del Señor. Amén.