Montserrat
Madre y Señora mía
“Oh María, Madre y Señora mía. Te ofrezco mi alma y mi cuerpo, mi vida y mi muerte y todo lo que vendrá después de ella. Pongo todo en tus manos, oh mi Madre. Cubre mi alma con tu manto virginal y concédeme la gracia de la pureza de corazón, alma y cuerpo. Con tu poder defiéndeme de todo enemigo, especialmente de aquellos que esconden su malicia bajo una máscara de Virtud. Oh Espléndida Azucena, Tú eres mi espejo, oh mi Madre.” Santa Faustina Kowalska, Diario de Santa Faustina Kowalska, nº 79.
La corrupción de la vida pública
“- la corrupción de la vida pública o de los mercantes de droga y de pornografía, que van carcomiendo la fibra moral, la resistencia y esperanza de los pueblos; – la acción de los agentes del neomaltusianismo que quieren imponer un nuevo colonialismo a los pueblos latinoamericanos; ahogando su potencia de vida con las prácticas contraceptivas, la esterilización, la liberalización del aborto, y disgregando la unidad, estabilidad y fecundidad de la familia; – el egoísmo de los “satisfechos» que se aferran a un presente privilegiado de minorías opulentas, mientras vastos sectores populares soportan difíciles y hasta dramáticas condiciones de vida, en situaciones de miseria, de marginación, de opresión; – las interferencias de potencias extranjeras, que siguen sus propios intereses económicos, de bloque o ideológicos, y reducen a los pueblos a campo de maniobras al servicio de sus propias estrategias.” San Juan Pablo II, Ante el V centenario de la evangelización de América, p. 39.
La Revolución Francesa antinatural
“La «revolución» francesa fue una consecuencia de la historicidad humana a causa de la libertad. Pues los demás seres no hacen revoluciones; ni siquiera tienen deseos; sólo tienen instintos. En cambio el hombre, ser espiritual, no tiene instintos, decía Arnold Gehlen. Y, en tanto espíritu libre es un abismo, pensaba San Agustín. «Il n’est pas ni ange ni bete, mais s’il veut faire l’ange fait la bete» (Pascal). La revolución fue el contrapunto de la trayectoria natural de la cultura y la civilización europeas al iniciar un camino que pretende desviarse de ella.” Dalmacio Negro Pavón, Revista Razón Española, nº 192, julio-agosto 2015, pp. 16-17.
Enseñanza libre
“Esta concurrencia que aquí veo, me entusiasma y cerciora en mi idea de que las instituciones de verdadera trascendencia para la vida social no se crean ni fabrican a priori; que aquellas instituciones de eficacia verdadera se manifiestan, no se crean. Así sucedió con las inmortales Universidades de cultura europea, esos grandes monumentos del saber de los pasados siglos, en que, no existiendo recintos capaces de contenerlos, tenían que poner las cátedras en la plaza pública. Porque la enseñanza debe ser libre; pocos días ha, nuestro Obispo lo manifestaba en el Senado, combatiendo así el monopolio docente del Estado. ¡Del Estado Libre! Notad, Señores, la contradicción: ese Estado, que comienza asegurando no conocer nada, que nada sabe de los grandes problemas que al hombre y a la sociedad se refieren; él, que no admite ningún principio fijo, ni religioso, ni moral, ni jurídico, él, se convierte el pedagogo, monopoliza la enseñanza y no consiente que nadie comparta con él esa tarea.” Juan Vázquez de Mella, El Verbo de la Tradición, p. 53.
Orden cristiano
“No se trata del difícil problema de la transmisión concreta del poder divino a los reyes. Las interpretaciones cesaristas de Jacobo I de Inglaterra, luego extendidas al Continente, dando origen al llamado «derecho divino de los reyes», fueron ocasión para que los apologetas católicos de la Contrarreforma acuñaran forzadas teorías de la traslación mediata que, si al principio fortalecieron al poder eclesiástico, andando el tiempo, en cambio, representaron (involuntariamente) un paso histórico y psicológico en la génesis de las teorías del contrato social y la soberanía popular revolucionaria. De modo que, los apologetas siguientes, hubieron de corregir la explicación, a fin de reforzar el otro de los pilares del orden cristiano, el temporal, que había quedado debilitado de sus resultas.” Miguel de Ayuso, Revista Verbo, nº 535-536, mayo-junio-julio 2015, p. 404.
Pulsión emocional
“La propia estructura de la ideología muestra cómo el edificio racional tiene como punto de origen una pulsión emocional no confesable que, por este motivo, apela a la razón para poder mostrarse. La ideología tiene una estructura apriorística lo que la caracteriza no sólo como un germen de irrealidad sino que también indica hasta qué punto se origina en los estratos menos, nobles del hombre. El fin postulado por la ideología no nace de una toma de conciencia de la realidad de una indagación de las condiciones socio-históricas, sino más bien de una toma de posición previa a todo contacto con lo real. Esta toma de posición original no tendría nada de especial si la tesis que se establece fuera tenida como mera hipótesis, lo que ocurre en la ciencia. Sin embargo, la ideología no acepta una discusión crítica de sus asertos, como sí hace la ciencia.” Carlos Goñi Apesteguía, Revista Razón Española, nº 193, septiembre-octubre 2015, p. 198.
Pecado contra la fe
“Enseña la teología católica que no todos los pecados graves son igualmente graves, aun dentro de su esencial condición que los distingue de los pecados veniales. Hay grados en el pecado, aun dentro de la categoría de pecado mortal, como hay grados en la obra buena dentro de la categoría de obra buena y ajustada a la ley de Dios. Así el pecado directo contra Dios, como la blasfemia, es pecado mortal más grave de sí que el pecado directo contra el hombre, como es el robo. Ahora bien, a excepción del odio formal contra Dios y de la desesperación absoluta, que rarísimas veces se cometen por la criatura, como no sea en el infierno, los pecados más graves de todos son los pecados contra la fe. La razón es evidente. La fe es el fundamento de todo orden sobrenatural; el pecado es pecado en cuanto ataca. Cualquiera de los puntos de este orden sobrenatural; es, pues, pecado máximo el que ataca el fundamento máximo de dicho orden.” Félix Sarda y Salvany, El Liberalismo es pecado, p. 12.