Ildefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965
1º Excelencia de esta virtud. -Penetra, ante todo, en la gran excelencia y necesidad de esta virtud de la prudencia o discreción. -Bien comprendes que es la que da valor a todas las demás. Todo acto de virtud hecho sin prudencia, deja de serlo por eso mismo. -Entre dos extremos viciosos, está la virtud siempre, y la prudencia es la que te enseña prácticamente ese Justo término medio, donde la virtud se asienta. -Hermosa y necesaria es la mortificación y penitencia…, pero practicada imprudentemente, es una verdadera tentación del enemigo… ¿Qué cosa más grande que el celo por la salvación de las almas? y, no obstante, ¡cuántos daños no ha producido el celo indiscreto!
La prudencia es la compañera inseparable de todas las virtudes…, y más que una virtud es como la norma o guía de todas… Santo Tomás la llamó «el ojo del alma>>, porque quien obra sin ella, obra a ciegas como si no tuviera ojos.- San Bernardo, dice que «es como el timón o el piloto en un navío, sin el cual necesariamente ha de perecer o naufragar… San Francisco de Sales, dice de ella que «es luz o antorcha de nuestra vida, que nos ilumina para no errar el camino… y sal que preserva de la corrupción a las demás virtudes».-La prudencia pues, es ese juicio práctico, que nos dice en cada caso, lo que conviene hacer o dejar de hacer…, la que nos enseña medios conducentes para el fin que pretendemos…, en fin, la que nos indica siempre cuándo y cómo debemos obrar. -¡Qué extraño que si es tan excelente y tan magnífica y tan necesaria esta virtud, sobresaliera tanto en ella nuestra querida Madre!… La Iglesia la llama Virgen Prudentísima y, en verdad, que lo fue, pero para mejor entenderla conviene que distingas dos clases de prudencia.
2º Prudencia del espíritu y de la carne. -Así la llama San Pablo: la primera es vida y paz verdadera del alma…, es la verdadera prudencia… y la verdadera sabiduría…, la única que merece llamarse así. -La segunda es una prudencia mala…, falsa…, enemiga de Dios…, contraria a la ley de Dios…, no tiene más motivos ni fundamentos que los que dicta la carne, y por eso lleva seguramente a la muerte. -Es la prudencia del siglo o del mundo, diametralmente opuesta al espíritu de Dios…; se confunde con el disimulo…, con la hipocresía…, con la astucia…, con el cálculo interesado y egoísta, que no mira más que para sí… y por eso, esta prudencia falsa es miedo…, temor… cobardía…, soberbia. -Mira cuán digna es de reprobación esta maldita prudencia y…, no obstante, oye a Cristo, que se lamenta de que sean más prudentes los hijos del siglo…, esto es, que son más… muchísimos más, los que siguen esta prudencia para sus negocios que los hijos de la luz, para la salvación eterna. -Por lo mismo, tanto nos inculca que seamos prudentes como la serpiente, y a la vez sencillos como las palomas…, es decir, que tengamos la prudencia santa, que está llena de sinceridad y de verdad.
Recuerda la parábola de las vírgenes fatuas y prudentes…; éstas, precavidas y vigilantes…; aquéllas, confiadas y desprevenidas. -Mira bien aquí, lo que es la prudencia verdadera: es luz…, es sabiduría…, es conocimiento práctico de las cosas… En cambio, la imprudencia es fatuidad…, necedad…, estupidez verdadera e ignorancia, junta con soberbia y confianza en sí mismo. -Él Espíritu Santo, dice: «Bienaventurado el hombre que halló la sabiduría y es rico en prudencia.» El que es prudente, es, con toda verdad, un gran sabio.
3º La Virgen prudente. -Aquí tienes, pues, por qué es tan prudente la Santísima Virgen.-Discípula aprovechadísima del que era «la luz del mundo y la sabiduría misma de Dios», siempre, y en todo instante, tuvo esta luz y esta ciencia de Dios, en la que veía clarísimamente todas las cosas, _dando a cada una su peso y su medida… y, por lo mismo, acertando siempre con lo más conveniente y más práctico en cada caso. -No la cegaban las pasiones que a nosotros tantas veces nos hacen ver las cosas de modo distinto, y por eso juzgamos… y apreciamos mal…; la ambición…, los arrebatos de la ira…, la venda maldita del amor propio que tenemos ante los ojos…, la pereza y descuido de la oración, que es donde Dios comunica su luz y su ciencia a las almas…, la falta de Vigilancia para ver cómo y por dónde nos ataca el enemigo…, ¿no es todo esto y otras razones semejantes a éstas, el fundamento y el por qué de nuestra intemperancia…, de nuestra indiscreción…. de nuestra tan repetida imprudencia?
María era humilde…, era pura…, era sencilla era fervorosa…, era vigilante…, nada la ofuscaba…, nada la apartaba los ojos de Dios…, todo lo veía en Él y a través de Él… con luz sobrenatural y divina con espíritu de fe…, con amor encendido de Dios… ¿Qué extraño, pues, que fuera tan prudentísima en todo?… ¿Qué extraño -que siempre supiera elegir lo mejor y lo más agradable a los ojos -de Dios? -De ahí aquella seguridad en su alma, que no se dejaba arrastrar por impresiones, si no procediendo Siempre con moderación y firmeza a la vez…, seguridad ante Dios sabiendo que acertaba siempre con la divina voluntad aún en sus más pequeños detalles…, estando cierta de que nunca dejaba de atender…, de escuchar… de seguir las mociones e inspiraciones de Dios… seguridad ante los hombres a quienes juzgaba con una rectitud infalible, penetrando en sus corazones Y leyendo en ellos sus intenciones. Y juntamente con ésta seguridad, una paz inalterable y dulce, acompañada de una íntima unión con Dios, a donde acudía a pedir luces…, buscar consejo o solicitar el conocimiento y la, sabiduría necesaria para acertar Siempre en el cumplimiento de sus deberes. -Esta era la prudencia y madurez con que Juzgaba y. obraba la Santísima Virgen… y éstos los magníficos frutos que para su alma sacaba de la misma.
4º Tu prudencia. -¿Cómo estás en esta virtud?… ¡Ah, cuánto la necesitas!… Estás rodeado de dificultades que a veces es difícil vencer…, peligros y ocasiones que te acechan y que quizá desconozca…, batallas rudas que te prepara el demonio, a lo mejor donde menos lo esperas… Por otra parte, no conoces bien tu bondad y miseria, sobre todo si la comparas con las obligaciones que tienes que cumplir… ¿Qué hacer entonces?… ¿Cómo acertar con el camino más práctico para asegurar tu salvación y santificación?.. ¡Cuánto, pues, necesitas de esta virtud para tu alma!
Pero también para los demás. -Si quieres ganarlos para Cristo, has de penetrar en su alma…, conocer su temperamento, carácter, pasiones, debilidades, gustos, etc…, y todo esto de tal modo, que no excites suspicacias…, recelos:.., temores…, que no te crean que obras con curiosidad…, desconfianza…, que te gusta meterte en vidas ajenas… ¡Cuánta prudencia…, qué tacto no requiere. todo esto!… Un movimiento…, un gesto una risa burlona…, una sola pregunta a veces ¡qué daño no pueden causar!… De hecho muchas veces lo han causado y se han malogrado, en un momento, frutos que ya casi se alcanzaban con la mano.
Pide a la Santísima Virgen humildad, pues el soberbio no puede ser prudente… Pídela mansedumbre y paciencia, porque el Impaciente y el iracundo proceden a ciegas… Pídela pureza y castidad, pues sólo los ojos puros ven con claridad las cosas… En fin, pídela trato con Dios, frecuente… largo…, Jugoso…, vida de oración y unión con Dios para que en ella, te comunique su divina sabiduría…, su luz…, su conocimiento y su amor.
En fin, que muchas veces, aún haciéndola grande y dulce violencia, invoques a la Santísima Virgen, sobre todo en las ocasiones en que puedas obrar más, imprudentemente… o en las que veas que es más difícil el acertar, diciéndola, con la Iglesia: «Virgen prudentísima, ruega por nosotros».