casa de nazarethRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 194, abril de 1995

El alma vuelve a los lugares donde recibió la visitación del Señor. Era en cada momento la plenitud de un tiempo, porque no era tiempo de ayer ni de hoy. Nazaret. Las Bienaventuranzas. Betania. Jerusalén.

Dice San Ignacio que se conoce una casa religiosa bien constituida en que resplandece en ella el retiro, la limpieza y el silencio. Así era la casa de José y María en el que la pobreza reinaba en toda su sencillez. La casa de Nazaret era cátedra de las virtudes de Jesús y su enseñanza de Maestro. José y María fueron los primeros discípulos de Jesús. Después del tránsito de San José, sólo María contemplaba el misterio de las ansias redentoras de Jesús; entraba en su intimidad con una inabarcable adoración y reverencia. Reposo y luz de Nazaret, donde todo lo divino se aprende sin palabras en la contemplación de gustar y ver.

La suave inclinación del lugar de las Bienaventuranzas que desciende hasta el gran lago desde la humilde colina, nos hablan del Sinaí perfecto. Moisés, tipo de Jesús, comenzó a dirigir al pequeño pueblo de  Israel, antigua Iglesia. Jesús convoca aquí a la Iglesia de los santos que durará hasta el fin de la historia. Millones y millones de santos han poblado y poblarán la Tierra. Ese programa de santidad que cruza todas las generaciones, empieza aquí. Aquí dice el Señor: “Ve con mis ojos, ama con mi Corazón, actúa con mi Espíritu.” La vía del amor y del abandono está trazada en este lugar sagrado. Quedarse en Betania es preparación para la Sagrada Eucaristía. Aquellos tres hermanos comprendieron; pero los apóstoles no tenían luz aún para dejarse rodear por la nueva Pascua que vendría a los dos días. Con todo, sin darse cuenta, se dejaban modelar por las manos del Divino Alfarero. Para entender hay que amar. Insensiblemente se transformaron sus vidas por obra del amor. Unos alcanzan primero que otros el misterio de la Eucaristía. Llegan antes quienes reciben las llamas del misterio de la Cruz. En Betania salen de los labios del Maestro, “cruz, sacrificio eucarístico, amor en silencio.” El alma las escucha y quiere vivir desde dentro en la adoración y el amor del sacrificio de la nueva alianza.

Alegría y amor es lo mismo. Vamos a la Casa del Señor en Jerusalén, el lugar santo. Aquí brota el río de Dios de la Eucaristía. “Pondré mi ley en su mente y sobre sus corazones la escribiré, y Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” La nueva alianza en el nuevo sacrificio se ha sellado. Es el sello del amor más fuerte que la muerte.

La llamada interior continúa día tras día a través del sacrificio permanente del nuevo Tabernáculo donde está mi Dios entre los hombres. Mira y haz conforme al modelo que te he mostrado en el altar del sacrificio. La Sagrada Eucaristía. El Santo de los Santos. Tocar lo santo para ser santificado. Respirar en lo santo para estar siempre al servicio de Dios. En la vida eucarística que es vida de fe, esperanza y caridad está escondida la vida que salta a la vida eterna. En Jerusalén se plantó el árbol de la vida.