Cuando nos damos cuenta de que el amor que Dios tiene por nosotros no se para ante nuestro pecado, no se echa atrás ante nuestras ofensas, sino que se hace más solícito y generoso; cuando somos conscientes de que este amor ha llegado incluso a causar la pasión y la muerte del Verbo hecho carne, que ha aceptado redimirnos pagando con su sangre, entonces prorrumpimos en un acto de reconocimiento: “Sí, el Señor es neo en misericordia” y decimos asimismo: “El Señor es misericordia”.
San Juan Pablo II, Reconciliación y penitencia, capítulo II