padre canoP. Manuel Martínez Cano m.C.R.

Estoy leyendo “Escritos íntimos”, de Santa Ángela de la Cruz. No he leído ninguna vida de santo o santa que haya sido tan tentada, como nuestra santa, de decir blasfemias, escrúpulos y mal genio (“rabia”, le llama ella). Ciertamente, impresionante.

Para que Ángela siguiera siempre el camino de perfección, el Señor le dio a los 16 años, un director espiritual, un padre, según el Corazón de Cristo. El padre José Torres Padilla, canónigo de la catedral de Sevilla, que le dirigió desde el año 1962 al 1978. En una de sus cartas, Angelita le dice al padre Torres: “Padre para mí no hay más que dos cosas: “Dios y la obediencia”. Nuestra santa habla y escribe mucho de la necesidad de la obediencia para seguir por los caminos de la perfección cristiana.

Santa Ángela de la Cruz, hizo varios años los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, que ha pasado a la historia de la Iglesia como el gran maestro de la obediencia.

En la primera Regla para, “el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener”, dice el Santo: “La primera, depuesto todo juicio, debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la verdadera esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra santa madre Iglesia jerarquía”. En la décimo tercera Regla, San Ignacio dice: “Debemos siempre tener para en todo aceptar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerarquía así lo determina; creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa es, como creemos, el mismo espíritu, que nos gobierna y dirige para la salud de nuestras almas”.

En su magistral carta de la obediencia, escrita a los jesuitas de Portugal, San Ignacio dice que el jesuita, cuando obedece, debe hacerlo: “nunca mirando a la persona a quien se obedece, sino en ella, a Cristo nuestro Señor, por quien se obedece”. Cristo redimió a todos los hombres por obedecer a su Padre hasta la muerte y una muerte de Cruz.

Y a los de la Compañía de Jesús, decía: “En otras religiones podemos sufrir que nos hagan ventajas en ayunos y vigilias y otras asperezas, que, según su Instituto, cada una santamente observa; pero en la puridad y perfección de la obediencia, con la resignación verdadera de nuestras voluntades y abnegación de nuestros juicios, mucho deseo, Hermanos carísimos, que se señalen los que en esta compañía sirven a Dios nuestro Señor, y que en esto se conozcan los hijos verdaderos de ella”.

En otra ocasión dice el santo: “Es también de considerar que la obediencia os hará ir descansados y con mayor brevedad pasar adelante en camino del Cielo”. Poco antes de morir, decía el padre jesuita Suárez: “Jamás hubiese sospechado que el morir fuese tan dulce y consolador. Nada temo, pues siempre he obrado por obediencia”.

El gran místico de todos los tiempos, San Juan de la Cruz, dice: “Jamás, fuera de lo que por orden estás obligado, te muevas a cosa, por buena que parezca y llena de caridad, sin orden de la obediencia”. Más quiere Dios en ti el menor grado de obediencia y sujeción que todos esos servicios que piensas hacer”. Y Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia: “Por experiencia he visto, dejando lo que en muchas partes he leído, el gran bien que es para el alma no salir de la obediencia”.

No nos engañemos. No nos dejemos engañar por el demonio: “Ten en cuenta que humildad que no es obediente no es humildad. Y no se engañe nadie con color de virtudes”. (San Juan de Ávila). Y el doctor y patrón del clero secular de España, nos alerta: “¿Qué aprovecha ser uno muy casto, si por otra parte es soberbio y desobediente? Esta es la primera letra del abecedario, que quien quisiera seguir a Cristo se niegue a sí mismo; y ahí habéis de predicar la medicina y vuestro trabajo, en que se rinda vuestro corazón a Dios”.

Nuestro santo patrón, San Antonio María Claret, afirma: “La esencia de la vida religiosa es la obediencia, por esto Jesucristo, que es el más buen religioso, fue obediente hasta la muerte”.