Padre Jesús González-Quevedo, S.I.
Salamanca, 1971
- -¿como hacer la renovación?
Tarea gravísima que se ha de realizar con prudencia cristiana, no sea que al tratar de perfeccionar las Instituciones acabemos con ellas.
Con observar las normas ya indicadas, evitaremos mal tan pernicioso, pero quizá convenga desarrollarlas brevemente.
La renovación deberá ser: gradual, pensada y ordenada; no revolucionaria y arbitraria. Tradicional y progresiva, jerárquica y espiritual.
- a) Es evidente que, siendo los fines y los medios de las religiones espirituales, espiritual deberá ser toda reforma, con plena confianza en nuestras armas y en nuestros jefes.
Nuestras armas: la verdad revelada y la gracia de Dios, de las que a imitación del Apóstol digamos y sintamos: «No me avergüenzo del Evangelio, porque es la fuerza de Dios para salvación de todos los creyentes (Rom. 1, 17); Y «todo lo puedo en Aquél que me conforta» (Fil. 4, 13), «no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Col. 15, 11).
Nuestros Jefes: Jesucristo, cabeza invisible de la Iglesia; su Divino Espíritu, que asiste a sus jefes visibles y a cada uno de nosotros, porque «los hijos de Dios son conducidos por el Espíritu de Dios» (Rom. 8, 14); el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en.la tierra, y nuestros Superiores religiosos, que a través del Romano Pontífice, del que reciben su autoridad, entroncan ton Cristo, y así justifican aquella frase tan dulce como aterradora: «El que a vosotros oye, a Mí me oye, y el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia» (Lc. 10, 16) (9).
Con estos auxilios, nuestra acomodación no tendrá por norma: «lo que se hace, sino lo que se debe hacer» (10); no nos secularizaremos nosotros, sino que espiritualizaremos a nuestros prójimos; y el fruto de nuestros trabajos será copioso: «El que permanece en Mí (como sarmiento unido a la vid) y Yo en él (como cabeza unida a sus miembros), éste da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada (Jn. 15, 5).
De ahí el cuidado de, todos los fundadores por asegurar en sus hijos la unión con Dios. San Benito prescribe: Nihil operi Dei praeponatur. De las tres obras o trabajos que señala a sus .hijos (mental, manual y del culto divino), dice que nada se anteponga a éste. Del mismo modo ordena San Ignacio: «Todos… se den a las virtudes sólidas y perfectas, y a las cosas espirituales; y se haga de ellas más caudal que de las letras y otros dones naturales y humanos; porque aquellas interiores son las que han de dar eficacia a estas exteriores para el fin que se pretende» (11).
- b) Por lo mismo tiene que ser jerárquica, es decir «que proceda solamente de la autoridad competente. Por tanto mientras no se lleve a efecto esta adaptación de la disciplina, los religiosos no introduzcan novedad alguna por cuenta propia, ni aflojen las riendas de la observancia» (M.G.). Con estas terminantes palabras de Pablo VI concuerdan las no menos explícitas del Decreto Perfectae Caritatis (n. 4): «Establecer las normas de la renovación acomodada, dictar leyes y dar lugar a una suficiente y prudente experiencia, pertenece solamente a las autoridades competentes, sobre todo a los Capítulos Generales». Y lo mismo se repite nuevamente en Ecclesiae Sanctae (12).
Proceder de otra manera sería absurdo. Las operaciones de guerra, las preparan los estados mayores; las grandes líneas e iniciativas de una empresa, las planean cuidadosamente los consejeros. Es verdad que sobre todo, para la ejecución habrá que contar con los cabos y tenientes, o con los capataces y jefes de taller; y aún con los soldados y obreros, que son los que realizan los planes y proyectos, y pueden aportar muchos datos concretos; pero dejarles la dirección de la guerra o de la empresa, vuelvo a repetir, sería absurdo.
Y este absurdo se está dando hoy masivamente en la Iglesia. Presentaré tres hechos durísimos, pero públicos. Los ocultos son mucho más duros. Me decido a airearlos, porque la opinión pública es necesaria en la Iglesia de hoy, como enseñó Pío XII 13; porque el Padre Arrupe nos exhortó a los jesuitas a que «digamos con sinceridad viril, atrevida y libremente lo que juzguemos debemos afirmar delante de Dios» (14), y porque para remediar los males, hemos de empezar por conocerlos y cuando son públicos, públicamente deben ser conocidos y censurados. «A los que pecaren, repréndelos delante de todos, para que los, otros se amendrenten» (1 Tim. 5, 20).
- Véase el artículo Autoridad y libertad en la Iglesia, J. G.-Quevedo en «Verbo», marzo de 1970, 189-205.
- Pío XII, Discurso a los Padres Jesuitas el 15-IX-1957.
- Cf. Constituciones S. J., Part. 10, n. 2.
- Cf. nn. 1, 6, 7, 8, 11, 19.
- AAS, 42 (1950) 251 ss.
- Cong. Gen. XXXI, Documentos, p. 387. Palabras que parecen aludir a «la justa libertad de pensar y expresar humilde y valerosamente su manera de ver en las materias en que son expertos», proclamada por la Gaudium et spes (n. 60) y en la Lumen gentium (n. 37), que proclama «la obligación» de hablar para bien de la Iglesia.