D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973

Alocución durante una Misa por España, el día 8 de enero de 1971, en la basílica madrileña de San Francisco el Grande.

Queridos hermanos: La fiesta de la Epifanía celebra la manifestación del amor de Dios, gracias a la presencia visible de Cristo Jesús entre los hombres.

En la oración de la misa de hoy, pedíamos al mismo Dios que, ya que ha revelado a su Hijo a todas las naciones, por medio de la estrella, nos conduzca a todos a la plenitud de su luz. Y recitábamos tras la primera lección el gran deseo de Dios y de los que creen en Dios: “Que todos los pueblos te sirvan, Señor”.

Mis queridos hermanos, esta revelación de Cristo, “para que todos los pueblos te sirvan», constituye ya, en la historia y para siempre, la luz, el sentido, la alegría, la esperanza, el camino y la vida toda.

Nosotros, los españoles, tenemos que dar gracias a Dios porque desde el comienzo quiso que conociésemos a su Hijo encarnado. España con imperfecciones, pero con toda sinceridad, acogió como pueblo esta luz que brilla para todos los pueblos. La vida cristiana en España es un don continuamente ofrecido y renovado, vocación constante pero ligada, por voluntad de Dios, al gran don de una herencia. Heredamos la luz para que la transmitamos, siendo fieles a la misma. Desde que esta luz brilla en los horizontes de un pueblo, en este caso de España, pasa a ser indiscutiblemente el valor supremo de la vida personal y de la vida comunitaria y por ello cada uno y la comunidad misma, no obstante, las variaciones de algunos individuos, hemos de mantener la fidelidad a lo que es nuestro máximo bien, porque estamos consagrados a Cristo.