Leyendo la vida de un sacerdote piadosísimo y valiente que predicó sus primeros ejercicios espirituales en mi pueblo, he recordado los insulticos que los niños decían a los cobardes: “cagones, gallinas, meones”.
De los que no quieren seguir al Señor, San Ignacio dice que son unos perversos caballeros. No estamos en tiempos de “cagones, gallinas, meones”. Hacen falta Cristianos piadosísimos y valientes. Los sacerdotes, los primeros.
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Fui a atender confesiones a un monasterio de monjas contemplativas, en cuyo entorno, unos seglares, celebraban una fiesta popular religiosa. Las monjas han consagrado su vida a Dios para pedir por los sacerdotes y las almas consagradas.
A la vuelta, pensé que sería hermoso que surgieran nuevas órdenes religiosas que consagren sus vidas al Señor, pidiéndole fervientemente por la conversión de los ricos.
La Historia de la Iglesia nos dice que hay ricos que han llegado al honor de los altares. Y en nuestros días hay muchos ricos y millones de personas que mueren de hambre cada año. Sobre todo, necesitan misioneros que les enseñen el camino del Cielo.
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Hace dos años uno de los conductores que nos llevaron a la casa de colonias, decidió matricular a sus tres hijos en el colegio.
La semana pasada me contaba su profesora que, la madre de los niños, estaba muy emocionada. El mayor se enteró que su bisabuela estaba muriéndose. Se acercó a la cama y le rezó al oído el acto de contrición.
Al terminar la oración la madre preguntó a su hijo. La respuesta fue: cuando se están muriendo oyen lo que se les dice. Y yo le he rezado el Señor mío Jesucristo que perdona los pecados. Lo explicó en la clase la señorita de religión.
