Una Epopeya misionera
Padre Juan Terradas Soler C. P. C. R
Sentido misionero de la conquista y colonización de América (5)
La solicitud apostólica de los reyes españoles aparece patente en las numerosísimas cartas de Indias que nos han dejado. A través de su lectura descubrimos un sincero y paternal anhelo por la conversión de sus súbditos americanos.
Así, Carlos V escribía a Hernán Cortés (en junio de 1526), como respuesta a una carta del conquistador de Méjico en la que éste le daba cuenta de su gobierno en Nueva España, que de todas las hazañas y maravillas que el capitán le contaba, lo que más gozo le daba era la buena acogida que los aztecas habían hecho al Evangelio.
“Por lo que principalmente hemos holgado y dado infinitas gracias a Dios Nuestro Señor… ha sido y es porque… los indios habitantes y naturales de ella (Nueva España) son más hábiles y capaces y razonables que los otros indios, y por estas causas hay en ellos más aparejo para conocer a Nuestro Señor y ser instruidos y vivir en la santa fe católica como cristianos, para que se salven, que es nuestro principal deseo e intención”.
El biznieto de Isabel, el gran Felipe II, se expresaba con piedad digna de su bisabuela, en una cédula que dirigió en nombre de su padre, aún reinante, a Valdivia, conquistador y Adelantado de Chile, el 10 de mayo de 1554.
“Porque una de las cosas que más presente S. M. y yo tenemos y más deseamos es el buen tratamiento de esos naturales de esa tierra y su instrucción y conversión a nuestra santa fe católica, os encargo y mando que, entendida su real voluntad, tengáis muy gran cuidado del buen tratamiento de esos naturales y de su instrucción y conversión, y de no dar lugar a que se les haga agravio alguno; que en ninguna cosa podéis hacer a S. M. y a mí tan acepto servicio como en esto…” (166).
(166) Colección, de documentos inéditos relativos al descubrimiento de las antiguas posesiones de América y Filipinas, t. XIII, pág. 446, Madrid, 1864-1892, 1885-1932.
Felipe III, el inepto monarca, sabía, cuando se trataba del ideal misionero de su país, tomar actitudes a la altura del espíritu que había animado a sus progenitores. En una real cédula, que dirigió en junio de 1609 a los gobernantes eclesiásticos y seculares de Indias, leemos estas hermosas expresiones:
“…por el gravamen con que me hallo de la propagación de la ley evangélica en aquellos dominios…, deseando cumplir, en cuanto pueda ser de mi parte, con obligación tan justa y precisa…, encargo a mis Virreyes, Audiencias y Gobernadores, y a los Arzobispos, Obispos y Prelados de las Religiones… que cuiden muy particularmente de la manutención y aumento de las Misiones que hubiere en sus territorios, aplicando a esto su mayor desvelo: en inteligencia de que este punto es el que en mi real atención tiene preeminente lugar sobre todas las importancias e intereses temporales de aquellos vastos dominios; y que fío de su celo…; con lo cual descansan mis ansias impacientes de que mi reinado se haga feliz y señalado por el medio de que la noticia de nuestra santa fe se extienda y radique en las más extensas y remotas provincias”.
Otro tanto se podría afirmar de todos los reyes de España. Añadamos un último texto. Una real orden del primero de los Borbones, Felipe V.
“Que se favorezcan las misiones de la S. I.
El Rey. Por cuanto mis ardientes deseos de la propagación de la ley evangélica en los vastos Reinos de las Indias, y mi justo recelo de que por haber pocos operarios se malogre o atrase la conversión de aquellas almas, y en ella la mayor gloria de Dios, que es en lo que más se afianza la mía, hacen inseparable de mi cuidado la premeditación de los medios y providencias conducentes al logro de tan importante fin; y como para conseguirle sea…”