Obispo José Guerra Campos (10)

SOBREMESA EL DÍA DE SAN ANTONIO

Querido Antonio:

En el día de tu santo quiero hacerte muestra de mi agradecimiento con estos modestos obsequios:

Un juego de escritorio para que te ayude en el apostolado escrito, un abrecartas para que, contestándolas, lleguen a todos palabras tuyas que les den consuelo y alegría, y finalmente una caja de cigarrillos para que te ayuden en la distensión del ánimo en los momentos de descanso.

Lo que ahora quiero decir ya no me cabía en esta pequeña estampa de San Antonio que me habéis proporcionado.

He visto en estos días lo absorbentes que son las faenas del Colegio y cómo habéis querido dejarlas de lado y sacrificar vuestro tiempo para cuidar a este pobre viejo; tanto aquí en Barcelona, como allí, en Madrid.

Y quiero decirte ahora algo importante por lo que te hiciste en alguna manera célebre durante tus años de estancia en aquellos pueblos de La Peraleja, Bonilla y Villanueva de Guadamejud. Llevaban mucho tiempo diciéndome mis sacerdotes que no conseguían nada con los jóvenes; porque habéis de saber que el apostolado con jóvenes en los pueblos es mucho más difícil que en la ciudad. Todos se conocen y no pueden formar su mundo aparte con gente que piense como ellos como hacen en la ciudad. Como iba diciendo, se quejaban y querían nuevos medios de pastoral para atraerlos. Yo les contestaba con aquella frase de Unamuno: «Inventad». Sois vosotros los que estáis trabajando el campo.

Pero llegaste tú y, de repente, los jóvenes del pueblo se volcaron del todo por la parroquia, incluso con la restauración de ermitas, la hombrada de construir los pasos de la vida oculta de Jesús: la Encarnación, la Presentación… en medio del monte, con fondo marmóreo…

¿Qué pasa?, ¿cómo es que el recién llegado consigue fruto?, ¿qué haces?, te pregunté.

-Les digo que hagan compañía a Jesús que está solo en el sagrario- me dijiste. Así, sin más rodeos, directamente, con la Adoración Nocturna.

No sé si todo aquello todavía sigue, pero lo cierto es que fueron unos años de florecimiento espiritual en la comarca de Huete.

Ya no me volvieron a pedir nuevos métodos de pastoral moderna, nadie se volvió a quejar; ahí tenéis el ejemplo.

Gracias, porque enseñaste al pueblo y nos edificaste a nosotros, los sacerdotes. Gracias.

Quiero decirle Señor Obispo, que lo que hemos hecho por usted es lo mínimo que podíamos hacer, porque Vd. ha sido para nosotros un padre.

Por todo lo que ha hecho por nosotros. Por ordenarnos a mí y al padre Cano; por dejarnos marchar de La Peraleja cuando aquí surgió una dificultad… y no sólo por eso, sino también por todo lo que hizo en defensa de la Hermandad Sacerdotal.

Pero es que, además, tenemos otro motivo. Cuando estábamos en Madrid, un día que fui a comprar fruta, al volver me dijo su prima: Ustedes quieren mucho a D. José; por favor: si a mí me pasase algo, no le dejen solo.

P. Antonio Mª Domenech, mCR.