
D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
En seguida, pasa a la tentación definitiva: no sólo aplazar la predicación del reino de Dios, sino identificar a éste con la eficacia histórica. Termina por menospreciarse la religión (comunicación con Dios, culto, sacramentos…); se la quiere sustituir por la mera acción política, que para ciertos grupos sólo puede ser la revolución, anarquista o marxista.
En todo caso, se exalta y adora la potencia del hombre como «creador del futuro», desligado de todo vínculo permanente, tanto de la revelación como de la ley natural. Es significativo que la apelación obsesiva de algunos a determinados derechos y valores sociales coincida con el olvido, no sólo de lo religioso, sino de las normas morales que regulan el matrimonio, la vida familiar, la castidad propia de cada estado… Por este camino, quiérase o no, se acaba por fomentar un egoísmo que carcome las raíces de cualquier ordenación social verdaderamente humana. Pablo VI ha dicho hace poco: «La idolatría del humanismo contemporáneo… niega o desprecia la existencia del pecado, de lo que se deriva una ética loca: loca de optimismo, que aspira a hacer lícito todo lo que gusta y lo que es útil; loca de pesimismo, que quita a la vida el sentido profundo, que procede de la distinción trascendente del bien y del mal, y la desanima con una visión final de angustiosa y desesperada fatuidad» (4).
Mientras Cristo nos ha enseñado que son inseparables el amor a Dios Padre y el amor a los hermanos, pero que éste deriva de aquél, el demonio hace pensar que es una injuria estimar al hombre por relación con Dios; exige que se le tenga en mucho por sí solo; utiliza la solidaridad con los hombres como pretexto para no confesar a Cristo, mientras el Señor ha dicho: «A todo el que me negare delante de los hombres, Yo le negaré también delante de mi Padre» (5) y «el que ama al padre y a la madre, al hijo o a la hija, más que a Mí, no es digno de Mí» (6).
El tentador dijo a Jesús: «Todos los reinos del mundo y su gloria te daré, si postrado me adorares”. Jesús respondió: «Apártate, Satanás… Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás» (7).
Del mismo Señor es el aviso: «No os inquietéis por el mañana… Buscad primero el reino de Dios…» (8). Y la carta a los Hebreos nos conforta con estas palabras: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas varias y extrañas…» (9).
(28 de agosto de 1972.)
Notas:
(4) Audiencia general del 8 de marzo de 1972.
(5) Mt. 10, 33.
(6) Mt. 10, 37. En su discurso del 29 de junio, el Papa condensó el problema en la ola de desacralización, que trata de disolver el sentido religioso borrando toda distinción entre ser cristiano y no serlo; cuando es verdad que el cristiano ha recibido la «capacidad de infundir algo nuevo» a la vida humana, y la misión de hacer sagradas «incluso las acciones profanas».
(7) Mt. 4, 9-10; Lc. 4, 6-8.
(8) Mt. 6, 34. 33.
(9) Heb. 13, 9.