santa margarita de cortonaSanta Margarita de Cortona

Terminaremos nuestros ejemplos con la gran penitente de Cortona. La hemos dejado para el final porque Margarita, digna émula de María Magdalena, resplandece como un sol entre todos los otros conversos.

Vino a este mundo en 124 7 en una aldea de la Umbría, situada cerca de Puzzuolo, no lejos del lago Trasimeno, en el corazón de Italia.

Sus padres, labradores humildes, pero de fe robusta y bien instruidos en la religión, se preocuparon por darle, desde los primeros años, una educación profundamente cristiana.

Desgraciadamente los hermosos días de su primera infancia se vieron turbados por una de las más crueles pruebas.

¡Apenas tenía siete años, cuando la muerte vino a arrebatarle a su buena y piadosa madre, el ángel tutelar de su infancia!

Desde aquel momento la pobre niña se vio privada de las ternuras que nadie puede reemplazar acá en la tierra, las ternuras maternales.

No obstante, la huerfanita no empezará a darse cuenta de tamaña desgracia sino dos años más tarde, cuando su padre, viéndose solo, contrae nuevas nupcias. En tales circunstancias, muy frecuentemente, le falta a la madrastra grandeza de alma e imparcialidad, y los hijos del primer matrimonio vienen a ser las víctimas infortunadas.

Tal fue el caso de Margarita, que no encontró en su madrastra más que desprecios, injusticia y dureza.

¡Y así, durante diez años! Diez años de prueba dolorosa, que quizás tuvieron su perniciosa influencia en la decisión de Margarita, en la hora que la tentación se presentó a la desdichada niña desamparada bajo las apariencias de un afecto que ella no conocía desde hacía mucho tiempo. Porque en el momento en que los hijos ya jóvenes deben escoger entre el bien y el mal, es cuando el recuerdo confortador de una verdadera madre, de corazón rebosante de amor, de ternura, de afecto, puede mantenerlos en el camino del deber y cerrarles el de la desesperación.

Margarita acababa de entrar en sus diecisiete primaveras cuando encontró en su camino a un caballero de la comarca, el señor de Valiano, de la villa Palazzi, situado a una milla de Pozzuolo. Deslumbrado por la belleza de la joven este gentilhombre se prendó de ella, le dio una cita y ofreciéndole preciosas joyas la indujo a seguirle (1).

(1) Según relación de todos sus historiadores, Margarita era bella como un antiguo camafeo, uniendo a la delicadeza de su perfil italiano aquel frescor y distinción que tienen el poder de seducir el corazón del hombre. Viendo su andar y su aire distinguido se la hubiera tomado por la hija de un rey, más bien que por la hija de un aldeano. (Vida de Santa Margarita de Cortona, por Leopoldo de Chérancé, cap. III. Ed. Poussielgue, París.)

Al principio ella rehusó, pretextando la diferencia de clase y de fortuna. El caballero replicó que su hermosura le bastaba como dote y le prometió casarse con ella. Ella creyó en aquella promesa, que no era más que un lazo, y sin reflexionar en las consecuencias del acto que hacía, felicitándose quizás de escapar así de la odiosa tutela de una madrastra, siguió al gentilhombre a Villa Palazzi (2).

(2) Vida de Santa Margarita de Cortona.

Luego se siguieron el rapto, la huida alocada a Montepulciano, morada del gentilhombre, el pecado, la desgracia. «En Montepulciano, dice luego Margarita, perdí el honor, la dignidad, la paz; lo perdí todo, menos la fe» (3).

(3) ¡Gran ejemplo de la educación primera! La fe de su infancia será más tarde para Margarita la causa y el alimento de su resonante conversión.

Lo que más le faltó a Margarita en el momento de rodar al abismo fue el amor todopoderoso de una madre.

De sus relaciones con aquel gentilhombre, que faltando a su promesa, jamás quiso casarse con ella, nació un hijo. En él se manifestó una vez más la misericordia de Dios con respecto a Margarita, porque ese hijo llegó a ser sacerdote y apóstol y se santificó bajo el hábito franciscano.

Sin embargo, a pesar de los remordimientos de su conciencia, continuaba Margarita llevando una vida desahogada y suntuosa en el palacio de Montepulciano, de donde se la veía salir montada en su palafrén, magníficamente vestida, admirable en gracias y nobleza, para dirigirse a las fiestas y torneos que se daban en los palacios de los señores vecinos. Margarita se deslizaba cada día más en el pecado vestido de seda y oro, a pesar de las insistentes y misericordiosas solicitaciones de la gracia.

Un duro golpe, una prueba cruel, que vendrá a proyectar en el alma de la pecadora fulgurantes luces de lo alto, será lo único en dar al traste con sus indecisiones y la ayudará a romper la cadena de hierro que la tiene atada al asesino de su alma.

Pues bien; habiendo resuelto Dios derramar las riquezas de sus infinitas misericordias sobre aquella humilde hija del pueblo, «engañada más que viciosa», permitió que un acontecimiento de los más trágicos descubriera el escándalo más rápidamente de lo que lo hubieran hecho otras circunstancias.

 

En el curso del año 1273, Guillermo de Pécora, el raptor de Margarita, penetró en el bosque vecino a Pozzuolo, acompañado de un soberbio lebrel que nunca le abandonaba. De pronto le acometen dos hombres armados que hunden sus dagas en el pecho del infeliz y ocultan su cadáver bajo un montón de ramas secas.

El lebrel fue el primero en dar la alarma a Margarita. Habiendo regresado solo dos días después a Villa Palazzi, de donde su amo había salido con él, sus aullidos plañideros llamaron la atención de Margarita. Entonces, bajo la impresión de crueles presentimientos, siguió al pobre animal y acabó por descubrir, bajo una encina del bosque y bañado en su sangre, el cuerpo apuñalado del gentilhombre.

En aquel momento trágico despertó se en Margarita toda la fe de su infancia e iluminó su alma con vivos resplandores. Pensó en la nada de la vida y en los justos y temibles juicios de Dios. ¿Qué había sido del alma de su seductor… y qué sería de la suya propia?

Entonces, ante aquel cadáver cubierto de heridas y de sangre y que ya empezaba a corromperse, resolvió al instante cambiar de vida y expiar sus desórdenes.

Así es como la misericordia divina iba a manifestarse de un modo esplendente en esta nueva Magdalena.

Dios todopoderoso y misericordioso hizo subir a esta alma, desde el profundo abismo en que había caído, tan alto hacia las cumbres resplandecientes de la virtud y del amor, que un día el mismo Salvador se dignó declararle que «entre todas las mujeres de su época no había una sola que le agradase más que ella».

Y en otra ocasión, Jesús le dijo: «¡Si San Francisco fue la primera lumbrera de la Orden Seráfica y Santa Clara la segunda, tú eres la tercera!»

De tal modo se asombraba la humilde terciaria de haber sido envuelta hasta ese punto por el amor de Dios y por su incesante solicitud, que un día exclamó: Señor, ¿cómo habéis puesto los ojos en mí, que no soy más que ceniza, polvo, fango y tinieblas? Al instante la misma voz que ya había oído otras veces, le respondió:

«Yo he ido a buscarte al fondo de los abismos de este mundo y te he escogido, porque me complazco en exaltar a los humildes, en justificar a los pecadores, en hacer precioso lo que es vil”.

 «Pero, Señor, ¿por qué conceder tantos favores a una criatura tan miserable?»

 «Porque Yo te he destinado a ser la red de los pecadores. Yo quiero que tú seas la luz de los que están sentados en las tinieblas del vicio; quiero que el ejemplo de tu conversión predique la confianza a los que desesperan y que sea para los pecadores arrepentidos lo que el rocío matinal es para las plantas agostadas por los ardores del sol. Quiero, en fin, que los siglos venideros se convenzan de que Yo estoy siempre pronto a abrir los brazos de mi misericordia al hijo pródigo que vuelve a Mí con un corazón sincero”.

Llegamos ya a las últimas palabras acerca de la inconmensurable e inagotable misericordia de Nuestro Señor, para con Margarita de Laviano, la antigua cortesana de Montepulciano:

«El 3 de Enero de 1297, cuenta su biógrafo (1).

(1) El P. Bevegnati, su confesor y primer biógrafo.

Un ángel del Cielo bajó a anunciarle que el 22 del siguiente Febrero emprendería ella el vuelo hacia la mansión de los elegidos, donde la divina misericordia le reservaba un puesto de honor”.

Y allí, en medio de la asamblea de los ángeles y santos, la ilustre penitente de Cortona (2).

(2) Muerta a los cincuenta años, pasó Margarita cerca de la mitad de ellos en Cortona en medio de lágrimas de penitencia y efusión de caridad.

Repetirá por los siglos sin fin su canto de amor y de agradecimiento a la gloria del Eterno.

«Misericordias Dómini in aeternum cantabo !» Salmo 88.