En 1977 la ciencia ha perdido uno de los hombres más sabios del mundo: Wernher von Braun. Había nacido el 23 de marzo de 1912, en Wirsitz, en la actual Polonia. Ha sido el mago de la cohetería espacial. Van Braun es un caso apodíctico de vocación profesional llevada hasta su culminación. Y su peripecia, larga, trágica, gloriosa, alcanza desde sus servicios de las «volantes», los homicidas mensajes de las «V-1» y «V-2», hasta la maravilla balística de arribar a la Luna. Su nombre va unido a la NASA, y a la fecha del 20 de julio de 1969, en el itinerario inexplorado de la inmensidad del universo.
Este alemán nacionalizado en los Estados Unidos, tendrá una larga secuela de estudiosos de sus misiles, de sus ingenios, y de su álge.bra espacial. Pero queremos dejar constancia de algo realmente importante en la vida de Van Braun, entre sus éxitos más cósmicamente admirados, con una libertad de espíritu sin tapujos ni tonterías, profesó públicamente las grandes verdades de la Revelación cristiana. Hay que guardar estas auténticas perlas del pensamiento humano, confesadas por este científico indiscutible. Escribió Von Braun:
«Hoy, más que nunca, la supervivencia -la de usted, la mía y la de nuestros hijos- depende de nuestra adhesión a los principios éticos. Solamente la ética decidirá, si la energía atómica ha de ser una bendición o el origen de la destrucción total de la humanidad. ¿De dónde procede, el deseo, de actuar con arreglo a los principios de la ética? ¿Qué es lo que nos hace desear ser morales? Creo que hay dos fuerzas que nos impulsan. Una de ellas es la creencia en el Juicio Final, en el que tendremos que dar cuenta de lo que hicimos con el gran don que nos concedió Dios: la vida terrenal. El otro es la creencia en un alma inmortal, un alma que disfrutará de la recompensa o sufrirá el castigo decretado en el Juicio Final. La creencia en Dios y en la inmortalidad es lo que nos da la fuerza moral y la orientación ética, que necesitamos prácticamente, para todas las acciones de nuestra vida cotidiana. En nuestro mundo moderno mucha gente parece experimentar Ia sensación de que, en cierto modo, la ciencia ha dejado anticuadas o fuera de lugar las ideas religiosas. Pero yo creo que la ciencia reserva una verdadera sorpresa a los escépticos. La ciencia, por ejemplo, nos dice que nada en la naturaleza, ni la más ínfima partícula, puede desaparecer sin dejar rastro. Hay que pensar acerca de esto. Si se hace así los pensamientos acerca de la vida no volverán a ser ya los mismos. La ciencia ha descubierto que nada puede desaparecer sin dejar rastro. La naturaleza no conoce la extinción. Sólo sabe de la transformación. Entonces, si, Dios aplica este principio fundamental a las partes más diminutas e insignificantes de su universo, ¿no, es lógico suponer que lo aplique a la obra maestra de su creación: al alma humana? Yo, creo, que sí lo es. Y todo lo que la ciencia me ha enseñado y continúa enseñándome refuerza mi creencia espiritual después de la muerte. Nada desaparece sin dejar rastro».
De la estirpe de sabios creyentes
Von Braun, como científico sin trampa, intuía y comprobaba la realidad de un Dios creador. La radioactividad, la teoría de la expansión del universo, la «muerte térmica», el hombre, nos llevan infaliblemente a la realidad de «palpar» a Dios. Salvador de Madariaga, divertidamente, comenta: «¿Puede el azar crear la intención? ¿Y cuánto habría que estirar la segunda ley de la termodinámica para que saliera nada parecido a la estatura y nariz del famoso general que con un dedo para el torbellino de la revolución y con el otro detiene la ruleta de la especulación? ¿Qué imaginación lo crearía sino la divina?… ¿Y quién sino a Dios se le ocurriría crear cosa tan graciosa, absurda e inverosímil como un ateo? Porque un ateo, encaramándose sobre su inteligencia para negar a Dios, poco más o menos como una pulga encabritándose delante de Leibniz para negar el cálculo infinitesimal, ¿no es cosa que pide una fantasía sobrehumana?… En suma, yo sé que Dios es, y por lo tanto no he menester creer en Dios, aunque sí creo en Él porque el que puede lo más, puede lo menos». De esta raza, genialmente célebre por su ciencia en la cúspide de la investigación mundial, era Von Braun. Pero, Von Braun no simplemente creyó en Dios, como el resultado cerebral de un teorema. Von Braun experimentaba el contacto con Dios. Y fue fiel a» su llamamiento. No se trata de un fósil, ni de un medieval, ni de un beato, ni de un atrasado mental. Von Braun, el técnico por excelencia, nos ha recordado el recurso infinito de la oración. Escribe:
«Poco apoco fui descubriendo que, para ser realistas, también mis oraciones tendrían que desplazarse a una nueva dimensión. Empecé a hacerlo a diario, a todas horas, y no ya esporádicamente, en el momento de apretar el botón y esperar. Hice largos recorridos por el desierto, donde podía estar solo y orar. Por la noche oraba con mi mujer. Según iba tratando de comprender mis problemas, traté de hallar la voluntad de Dios actuando sobre ellos. En esta era de vuelos espaciales y fisión nuclear, el», uso del poder requiere un clima moral y ético que -francamente-, no creo poseer ahora. Solamente podemos alcanzarlo, a través de muchas horas de esa profunda concentración que llamamos oración. Me pregunto: ¿estamos dispuestos a hacerlo? Yo me esforzaré por ello. La oración puede ser el más duro de todos los trabajos…, pero ciertamente es el más importante entre todos los que podamos realizar».
Grandeza del cosmos y pequeñez del hombre incrédulo
Von Braun logró que el hombre llegara a la luna. Para ello elevó al «Apolo XI », de 111 m. de altura y 2.900.000 kgs. de peso, como quien e,leva un rascacielos de 37 pisos en la palma de la mano. El cohete dio vueltas en, torno a la Tierra, como piedra puesta en honda vaquera, y disparándose de sus 28.000 kms/h de velocidad en órbita terrestre a 40.000 kms/h. de navegación cósmica por los espacios siderales depositó su módulo dulcemente en el Mar de la Tranquilidad junto al cráter de Moltke A las 195 horas y 19 minutos, a la vuelta de 1.533.215 kilómetros, después de marcar Armstrong sus huellas en la Luna, él, Aldrin y Collins regresaron a Tierra ¿con 10 segundos de retraso!
Von Braun, el gran sabio, declaraba absurdo «comprender al científico que no acepta la existencia de un Ser superior tras la existencia del universo, como me resultaría imposible comprender a un teólogo que negase los adelantos de la ciencia». Y delimitaba las órbitas de cada disciplina, cuando nos decía que «a través, de la ciencia, el hombre trata de controlar las fuerzas de la naturaleza que le rodea; a través de la religión, intenta controlar los impulsos malignos de la naturaleza humana».
Quien quiera estar a la altura de la mente más esclarecida científicamente, tiene que reconocer a Dios, la inmortalidad de, su alma y el valor de la oración. Esta es la lección que nos da el sabio más grande de nuestro tiempo. Si tienes dudas de fe, no te quedes en ellas. Estudia, pregunta, discute hasta hallar la verdad. Si te imaginas que la muerte es la frontera de la nada, te equivocas. Analiza los argumentos filosóficos Y bíblicos sobre la inmortalidad del alma, y coincidirás con Von Braun. Si desfalleces y te sientes frustrado, en tus alegrías y en tus sufrimientos, no olvides al gran Amigo con quien podemos siempre hablar y comunicarnos. Y esto se logra con la oración. Un padrenuestro dicho pausadamente y con reflexión… Una avemaría pronunciada con ternura… Una conversación íntima, con algo que surja de tu interior, pueden ser para ti cables de salvación. Van Braun ha dejado el Centro «Marshall» de Vuelo Espacial, en Huntesville (Alabama). Nuestra esperanza es que Van Braun ya goza del mismo Dios. Y a todos los hombres de nuestro tiempo y del futuro nos grita: CREED EN DIOS, TENÉIS UN ALMA INMORTAL, ORAD.
LA FE DE TODAS LAS ÉPOCAS Y NACIONES EN LOS PRODIGIOS DE LA ENCARNACIÓN DESCANSA SOBRE UN SOLO TESTIMONIO, SOBRE UNA SOLA VOZ: LA DE MARÍA SANTÍSIMA, afirma el cardenal Wisemano y la unión con María se encuentra también en el rezo diario, cada mañana y cada noche, de las TRES AVEMARÍAS. ¿Las rezas?