
Monseñor D. Ángel Suquía
Arzobispo de Santiago
«El acontecimiento que nos reúne hoy en la basílica compostelana me recuerda a mí, y sin duda a muchos de vosotros, la última visita realizada por nuestro Jefe del Estado al Apóstol en la aún cercana fecha del pasado ocho de septiembre. Acompañado de su esposa entró en la Catedral por la puerta de la Azabacheria, atravesó el crucero con paso bastante firme, una vez en el presbiterio se postró sobre el sepulcro de Santiago y oró largo tiempo, más tiempo del que yo le había visto orar en otras circunstancias semejantes. Después de la oración subió al camarín para dar un largo y ancho abrazo al Apóstol, descendió la escalinata con dificultad, ahora apoyándose con fuerza en el brazo que yo le ofrecí. Al llegar al centro del presbiterio, me dio efusivamente las gracias con los ojos algo humedecidos y descendió del presbiterio a la nave. De pronto se inclinó brusca y profundamente hacia la derecha, como si fuera a caer, alguien creyó que había tropezado en el rizo de la alfombra, pero yo más bien pensé que había sido por la fuerte emoción del momento. Rendido por el esfuerzo de toda una vida entregada al servicio de España, nuestro Jefe de Estado ha muerto”.
Producciones Armada
Tenerife
En la coyuntura presente lo que el mundo necesita con urgencia son creadores de empresas, a los que denominamos, por llamarles de alguna manera, “los empresarios de Cristo”. Hombres debidamente formados, especializados en economía y en el difícil arte de la organización empresarial, que desinteresadamente se asocien y reúnan a impulsos de su vocación apostólica, dispuestos a centrar sus esfuerzos en la solución del problema económico de la Humanidad. Hombres capaces de crear puestos de trabajo, de dispersarse por el mundo, siguiendo la ruta del hambre, que es la más urgente, a fin de aglutinar a los necesitados en un esfuerzo de subsistencia personal. Hombres que colectivamente influyan en los gobiernos y su preparación les permita disponer de solvencia y prestigio suficiente como para recaudar fondos, conceder préstamos y poner en marcha tinglados productivos a fin de explotar la riqueza de cada región, de cada pueblo y que obtengan beneficios con su explotación que les sirva a la vez para crear una corriente dineraria con vistas a nuevas inversiones centradas todas ellas en estas tres ideas: la adecuada explotación de la riqueza de la tierra según las características y circunstancias de cada país, la multiplicación de puestos de trabajo en función a las necesidades de cada pueblo y la justa administración de los beneficios que se obtengan hacia inversiones encaminadas al pleno empleo, al destierro de la miseria y a la satisfacción de todas las necesidades inherentes a la vida del hombre, de ese hombre que nace, se desarrolla, enferma y muere.
* El odio al hombre -imagen y semejanza a Dios- es diabólico. Los posthumanistas que odian al hombre están endemoniados.