D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973

Dos veces (4) hubimos de tomar en consideración a quienes piensan que esta realidad sencilla y hermosa de Cristo en su Iglesia queda oprimida por la carga de los dogmas o de las verdades que hay que creer. Algunos menosprecian las verdades de la fe en nombre de la vida o con el pretexto de la humildad o de la libertad y unidad de los hombres.

Hemos visto que la verdad cristiana es precisamente la expresión de la vida plena, que se nos da por la persona de Cristo. Y, como verdad y vida son inseparables, lo que se esconde realmente en el desprecio de la verdad, es el desprecio de esa plenitud de vida que Cristo nos aporta, para encerrarnos en los límites de nuestros proyectos o de la acción humana.

Hemos visto que la firme orientación que nos da la fe, en medio de las oscuridades, no se funda en la presunción orgullosa de ser, nosotros, propietarios de la verdad. Se funda en un don de Dios, que todos hemos de acoger con humilde gratitud, que a todos se ofrece y a todos ha de juzgar. Y no puede haber amor a los hombres sin amor a la verdad, que es la que nos hace libres.

Por eso mismo hicimos notar (5) cómo, según el Concilio y en contra de lo que algunos propalan, la acción misionera sigue siendo, como siempre, una función primaria de la Iglesia. E indicamos cómo se relaciona con la predicación del Evangelio la buena fe de los que caminan a tientas hacia Dios, sin conocer todavía la verdad.

Pero, sobre todo, «El octavo día» ha mirado con simpatía fraternal a lo innumerables hijos del pueblo que respiran confiadamente la atmósfera de la fe y que ahora se ven acusados de poseer una fe de inferior calidad, porque no entienden las interpretaciones nuevas que algunos tratan de imponerles.

Puedo afirmar que el móvil principal de «El octavo día» ha sido decir a todos, como si me dirigiese a mi madre: «No desconfiéis de vuestra fe. Es válida, para la vida y para la muerte. La fe cristiana no es más accesible para los que presumen de sabios que para los sencillos, los auténticamente inteligentes. ¿Os invitan a renovaros? Si es una invitación a mejorar en amor de Dios, en amor del prójimo, en desprendimiento, en colaboración activa con la Iglesia, en asimilación más honda de las verdades y valores del Evangelio…, aceptadla. Si os invitan a can­ celar, por inútil, la formación, a veces muy honda, que habéis recibido o heredado de la madre Iglesia, rechazad la invitación; no viene de Dios.

En ciertos ambientes de confusión, esto exigirá que cada uno sepa defender su fe. Para tal autodefensa hemos dado criterios en «El octavo día». Será conveniente recapitulados de nuevo. Lo haremos en la próxima emisión.

(10 de julio de 1972).

Notas:

(4) Ídem 3 y 4.

(5) Ídem 10 y 12.