Jesús dijo a los judíos: «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
Mossèn Manel
* San Agustín dice que: “la eternidad de Dios es su misma substancia, que nada tiene de mudable. En ella no hay nada pretérito, como si ya no fuera; ni hay nada futuro corno si todavía no fuera. En ella no hay sino es, es decir, presente”.
* Dios es espíritu porque no tiene materia y es eterno porque no tiene principio ni fin; Dios ha existido siempre y siempre existirá.
* Inmensidad es infinitud de extensión espacial. Dios es inmenso porque está en el Cielo, en la tierra y en todas partes.
* La Sagrada Escritura enseña que Dios está por encima de toda medida espacial: “He aquí que los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte cuanto menos esta casa que yo he edificado!” (2ª Cor. 6, 18).
* “El miedo no existe. Lo que hay es falta de fe en Dios” (San Juan XXIII).
* Cada uno está obligado a manifestar públicamente su fe, ya sea para instruir y animar a otros fieles, ya para rechazar.
* “El mas físico: enfermedad, muerte… no lo pretende Dios por afecto al mal: “Dios no hizo la muerte ni se goza en que perezcan los vivientes. Pues Él creó todas las cosas para la existencia” (Sabiduría).
La Cátedra de San Pedro (en latín: Cathedra Petri) es un trono de madera que la leyenda medieval identifica con la cátedra de obispo perteneciente a San Pedro como primer obispo de Roma y Papa.
Recapitulada por el P. Cano
Ante el peligro de un cisma el Papa coronó rey a Enrique V, pero en el sínodo de Letrán (1112) se declaró nulo el privilegio concedido a Enrique V, porque fue obtenido por medio de la violencia. Como el Emperador no hizo caso el Papa, primero en Vienne y luego en Colonia, lo excomulgó solemnemente.
Gelasio II (1118-1119) en su corto pontificado no pudo resolver el problema de las investiduras.
Calixto II (1119-1124) se mostró decidido desde el principio a resolver el problema. Excomulgó a Enrique V; a los tres años se iniciaron negociaciones que desembocaron en un acuerdo: Enrique renunciaba a la investidura de anillo y báculo y concedía la elección canónica de los prelados; el Papa concedía que la elección se celebrara en presencia del Emperador y, en caso de elección dudosa, decidiera él con el consejo del metropolitano.
Las regalías las recibirían los obispos y los abades del Emperador con la entrega del cetro. Todo quedó consignado en el Concordato de Worms y en el Edictum Calixtinum. Para celebrar este acontecimiento, se reunió un concilio en Letrán (marzo 1123) que fue el IX concilio ecuménico.
– LUCHA CONTRA LA NOBLEZA Y BARBARROJA
Al terminar la cuestión de las investiduras el año 1124, el Papado se hallaba a extraordinaria altura. Sin embargo, en el siglo XII los Pontífices tienen que luchar de nuevo contra la nobleza y los Emperadores.
Después de la muerte del Papa Honorio II (1124-1130) las familias nobles de los Frangipani y los Pierleoni eligen sus respectivos Papas; Inocencio II, los primeros y Anacleto II los segundos, provocando un cisma en la Iglesia.
A la muerte del antipapa, Inocencio II celebró el II concilio de Letrán (X ecuménico, 1139). Siguió el pontificado de Eugenio III (1145-1153) que devolvió al Papado el prestigio e influjo alcanzados pocos años antes. Proclamó la segunda cruzada y a principios del año 1153 firmó el Tratado de Constanza con Federico Barbarroja, por el cual el nuevo rey alemán prometía ayudar al Papa a restablecer el orden en Roma.
Arnaldo de Brescia se había apoderado de Roma. El Papa Adriano IV (1154-1159) declaró en entredicho a la Ciudad Eterna en marzo del año 1155. Arnaldo huyó, pero fue encarcelado por Federico Barbarroja, que mandó ajusticiarlo.
Las pretensiones de Barbarroja fueron aumentando de tal manera que el sucesor de Adriano IV, Alejandro III (1159-1181) tuvo que defender los derechos pontificios enérgicamente, por lo que se vio obligado a huir de Roma. Se eligió un antipapa que sólo fue reconocido por Barbarroja.
Desde 1166 a 1176 Federico Barbarroja declaró una serie de guerras a Italia. Derrotado en Lequeno en 1176 se comprometió a devolver todos los bienes robados a las iglesias de Roma y a otras. Para celebrar este acontecimiento reunió el Papa un concilio (III de Letrán y XI ecuménico). Asistieron más de trescientos obispos y varios centenares de abades.
Para evitar futuros cismas, se proclamó un decreto para la elección del Sumo Pontífice; se exigían dos terceras partes de los cardenales votantes para elegir al Papa. Alejandro III murió en el año 1181.
– CONSOLIDACIÓN DEL PAPADO
A pesar de la opresión de las familias nobles y algunos Emperadores, el Papa ejerció, de hecho, la primacía en la Iglesia. El Pontificado aumentó su prestigio (pese a los Papas indignos y el cisma de Oriente) de tal manera que al fin del siglo XI había llegado a una altura no alcanzada hasta entonces.
Se terminó con la intromisión de la nobleza y del Emperador en la elección del Papa. Un decreto de Nicolás II (1059) regulaba la elección pontificia; sólo los Cardenales podían elegir al Sumo Pontífice.
Los Cardenales eran los eclesiásticos que asesoraban al Papa en la organización y gobierno de la Iglesia. Había cardenales-sacerdotes, cardenales-diáconos y cardenales-obispos. El cardenal archidiácono era la mano derecha del Romano Pontífice. El número de cardenales fue variando según las circunstancias; sus atribuciones fueron en constante aumento.
Los metropolitanos y obispos continuaron con las mismas atribuciones de la Edad Antigua. A medida que progresaba el desarrollo de los nuevos Estados cristianos, aumentaba el número de las provincias eclesiásticas.
Los concilios regulan la visita pastoral de los obispos a toda la diócesis. Las diócesis más extensas fueron divididas en archidiaconados y éstos en decanatos, al frente de los cuales era nombrado uno de los párrocos, con el título de arcipreste y decano. La parroquia continuó formando la base de la administración eclesiástica. En este tiempo tuvo un desarrollo extraordinario la institución de las iglesias propias.